En los últimos dos meses habré quedado como tres veces con mi mejor amigo, cuando habitualmente nos vemos un par cada semana. El pobre está en una especie de castillo de hielo, recluido, estudiando.
Muchos de vosotros, llegado a este punto, pensaréis que, tristemente, hay que renunciar a muchas tardes para ganarse un puesto fijo a través de una oposición. Lo triste en verdad es que el chaval tiene 17 años, y lo que se esfuerza en conseguir es sacar segundo de bachiller en uno de los mayores centros públicos de mi ciudad, con la esperanza de poder disfrutar de su primer verano de mayor de edad libre de cargas estudiantiles, rodeado de amigos y con la chica que quiere a su lado. Supongo que son motivos suficientes para su titánico esfuerzo.
El lunes recibí un Whatsapp suyo. “Misión fallida, a septiembre. #MorimosEnPie”. Me dolió en el alma. La falta de justicia suele dolerme en el alma, y emané tristeza.
Una vez se puso a hablar, lo que empezó a brotar en mí fue rabia.
La mitad de los de su clase, con tantos o más suspensos que él durante todo el curso y sin haber estudiado ni una cuarta parte, pasan limpios. “¿Cómo es posible?”, os preguntaréis. «Será que el chaval es tonto? ¿Que el estudiar de más lo ha saturado? ¿Tal vez oculte la verdad? ¿Quizás un ataque de mala suerte?”
La realidad es que el chico se ha estampado contra el muro de la justicia educativa actual.
La vida educativa actual es un combate lleno de golpes. Lo triste es cuando es el árbitro el que los da.
Undertaker education
Una tras otra, las diferentes realidades fueron dándome bofetadas en un ejercicio de desahogo de lo más respetable. No le había visto quejarse en los dos meses previos: la meta parecía importar demasiado como para preocuparse por minucias.
Las minucias lo enterraron. La realidad de la educación a día de hoy lo enterró.
Paso 1: la falta de coordinación, organización y, más que nada, preocupación por el alumnado
Nada nuevo, supongo, todos nos hemos tenido que enfrentar en alguna ocasión al clásico de los tres exámenes en un día. Ahora bien, ¿es entendible que, habiendo un periodo de exámenes de casi tres semanas, se hagan finales en la primera mientras aún queda materia por dar? ¿Entendible recuperaciones de dos evaluaciones y globales de la misma asignatura en tres días cuando se tienen más de quince para espaciarlos?
La despreocupación por el alumnado de bajas calificaciones alcanza cotas intolerables. Ya no solo hablamos de la terrible falta de capacidad motivadora de los docentes —seguramente amargados por la desidia de los adolescentes—, es que directamente se está observando el cómo se renuncia a los que tienen dificultades en las primeras evaluaciones, “pasando” completamente de ofrecerles la más mínima facilidad para remontar la situación antes de caer al infierno de septiembre.
Del concepto de evaluación continua, ni hablamos.
Paso 2: la ausencia de criterios de corrección estándar
Ya no solo hay que hablar del claro instinto de calificar mejor a quien dispone de letra clara, buena capacidad de redacción o —por falta de ética, duele decirlo, pero lo sabemos— al alumno majo; el problema ya está en que cada profesor establece los criterios de corrección como le sale, habiendo quien tacha preguntas si no superan los dos tercios de partes correctas o quien si no se recita como un loro al pie de la letra no puntúa. El alumno suele caer aquí en el agujero de no saber a qué atenerse hasta el quinto examen, donde —recordemos— en la actualidad ya no tiene acceso a la salvación.
Y luego, por supuesto, encontramos los criterios ajenos a las pruebas escritas. Que si es un buen alumno que no molesta tiro de su nota para arriba y si se porta como un desgraciado o viste con pintas pues redondeo a la baja. O ese clásico y aparentemente fundado prejuicio de que las notas en las privadas son extrañamente superiores en el bachiller e inferiores en el selectivo.
Siempre recordaré a mi profesor de economía cuando, hace unos 7 años, hacía primero de bachiller. Cada semana puntuaba a los alumnos con un negativo o un positivo según su actitud en la clase, el cual sumaba o restaba 0,1 en la nota final. Yo, sentado por azar en la zona de un par de liantes, me llevé hasta 4 negativos seguidos para empezar. En el primer examen, pasé del 9. Y de pronto y sin cambiar nada, empezó a darme positivos aun en semanas de no rascar bola.
Sé que no puedo pedir a los profesores falta de emociones, pero no se pueden tolerar este tipo de comportamientos en la evaluación de los estudiantes. Estamos creando futuros. O se cambia el modelo, o no se puede consentir esto.
Paso 3: la vista gorda
Para mí, el colmo, y sin embargo una realidad que si bien data de tiempos remotos a día de hoy roza el absurdo.
Dejar copiar a un alumno.
¿Cómo se puede consentir el dejar copiar a un alumno?
En la clase de mi colega, un cuarto del grupo se ha comprado un Smartwatch —para prehistóricos como yo, uno de estos relojes de pulsera con aplicaciones, pantalla táctil y mil historias jobsianas—. Supongo que el instinto de estar pendiente de la hora en un examen o prueba de Masterchef es algo irrefrenable; lo que no es normal es que veas que el alumno mira el reloj y apunte lo que ve en él una y otra vez y no reacciones. No está anotando los minutos, ni la fecha, ni la marca, ni tampoco es que mirarlo sea una estrategia mnemotécnica o su fuente de inspiración, amigo docente. Pero ya el colmo es que veas claramente la chuleta en la mano del chaval y pases y mires hacia otro lado.
Señores profesores, señoras profesoras: si se va a dar cancha libre a la triquiñuela díganlo antes del examen, permitan incluso hacerlo con libro, visto lo visto, pero no le dén una ventaja al tramposo con respecto al pobre honesto que ha estado de casa a la escuela y de la escuela a casa dos semanas para poder competir en un examen que, por no llevar chuleta, va a suspender.
¿Qué tipo de sociedad está creando? Porque le recuerdo, querido docente, que los más preparados, los que por sacar aprobados van a obtener títulos, van a ser los futuros arquitectos, médicos o jueces (ay, dios mío) de nuestros países.
Lo gracioso es que usted llegará a casa, pondrá la televisión y se quejará del ladrón de turno.
Hipócrita.
Apéndice: el despotismo
Aunque lo considero aparte, me gustaría (como muestra de apoyo a mi amigo y, por extensión, a sus colegas) añadir a la lista la denuncia de ciertos comportamientos, si bien poco frecuentes, sí existentes y sancionables. Señor profesor, no puede insultar a sus alumnos. No puede decirles que son unos perfectos inútiles que no van a llegar a nada amparándose en su autoridad y la ilegalidad del uso de grabaciones en las aulas.
Los herederos de la justicia educativa
Mediados de julio. El móvil vibra en el escritorio de uno de los que ha quedado para septiembre. Es un mensaje de grupo, un vídeo. Unos jóvenes en bañador y bikini juegan en las piscinas cerca de la casa del chaval. El chico silencia el móvil y trata de concentrarse en los apuntes que tiene delante. No lo consigue.
No deja de pensar en que tiene que ahorrar para un reloj.
Gracias a Dios (puedes atribuírselo al ente que más gustes) jamás vi frustrados los intentos de alguien que en verdad se esforzó por ganar una materia. Claro está, en todos los casos que conocí siempre intervine echando una mano en las sesiones de estudio, porque después de todo, si mis amigos reprobaban el año y yo lo pasaba como el mejor de la clase, ¿De qué me servía? Aún así, critiqué, y critico, que es estúpido pedirle a un pez que escale un árbol. Algunos simplemente no poseen suficiente inteligencia abstracta como para llevar una expresión algebraica a su mínima expresión. De verdad, no la tienen, y eso no los hace retrasados mentales, solo los hace talentosos en un área diferente de la que están siendo evaluados. No sé si algún día la sociedad comprenda eso, y se preocupe en buscar una solución, que aclaro, de momento para mí, más allá de lo obvio (Profesores capacitados para enseñar y no solo para saber, comprometidos y con amor al arte, instalaciones adecuadas para el estudio, etc.) no sé cuál pueda ser.
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