Matando amigos de cafetería

La vorágine de datos recibidos como entretenimiento vive un crecimiento continuado. Las personas nos estamos habituando cada vez más al obtener la información que nos interesa de la web, cuando antes la construíamos a partir de nuestros conocidos y amigos. Pero vamos: se supone que la nueva situación es más beneficiosa e imparcial, y los temas morales ya lo hemos tratado en los populares post sobre la muerte del conocimiento personal no certificado.

La entrada de hoy va dedicada a una de las consecuencias del cambio de modelo, el punto de inflexión que vive la amistad.

La amistad de cafetería

Resulta evidente que a valores antes intocables como la familia, la pareja o la amistad no les ha sentado nada bien la actual sociedad individualista. Si bien esta última suele representarse con importantes actos de fidelidad, sacrificios varios o escapadas una vez al año, el concepto central de la amistad en las últimas décadas seguramente sea algo tan básico como el quedar.

Quedar, por frecuencia, suele moverse entre tomar algo y charlar o dar un paseo. Claro que con los amigos también jugamos o nos vamos de fin de semana, pero quizás (y por desgracia) no sea lo más común. Una escena típica es la de los colegas que se juntan los fines de semana ante una mesa y se ponen a hablar de cómo les va, cotilleos varios y temas de entretenimiento. En ese punto en especial me gustaría pararme.

Una pieza base de mi forma de entender la amistad es la construcción de vivencia y experiencia mutuas. Las amistades que tienden a la constante crítica ajena y el solo recalcar pasados tienden a un mucho mayor desgaste que el que supone el hacer cosas en común o sacar conclusiones de las opiniones de los participantes sobre un tema. Esto, de hecho, ha sido durante años uno de los puntos enriquecedores con más presencia en la «amistad de cafetería»: la combinación de puntos de vista de gente de tu interés y la apertura mental en conversación que supone hablar con alguien en confianza estimulaban el cerebro de los participantes y a la vez estrechaban el lazo por la confidencia y la sensación de que lo ahí extraído era solo de quienes tomábamos parte en esa conversación.

Sin embargo, el nuevo panorama altera bastante el tablero.

Cuando la pantalla se interpone

Si pensáis que voy a hablar de que el teléfono en la mesa entre colegas es un mal a exterminar, podéis íroslo quitando de la cabeza. Lo que de verdad me interesa es el cómo la superexpansión del entretenimiento informativo ha apuñalado a la creación de pensamiento entre amigos de quedar. Veamos cómo (anticipando, eso sí, que no considero negativo de forma individual ninguno de los siguientes factores).

En primer lugar, tenemos la hipersegmentación del consumo de entretenimiento.

El previo modelo de pasatiempo era poco menos que un plato del día: podías elegir entre lentejas, cocido o ensalada si te sentías fuera del perfil mainstream. Esto se traducía en un consumo similar entre los amigos de cafetería, normalmente, con gustos comunes con respecto a qué plato elegir. ¿Qué suponía esto? Que el comentario se realizase sobre una misma información básica, poniéndose en común (bien por percepción, bien por cultura previa, vivencias…) las conclusiones tomadas por cada uno y extrayendo nuevas, comunes. Estas, como decíamos arriba, enriquecían poderosamente las amistades y su sentido.

La situación actual, sin embargo, nos habla de entretenimientos muy concretos y perfilados, que vuelven compleja la antaño muy frecuente situación de que los amigos de cafetería hayan consumido el mismo entretenimiento. Por ejemplo, si antes la fuente de entretenimiento era un programa de televisión de hora punta en canal generalista con 6 millones de espectadores, ahora lo pueden ser perfiles en YouTube o Twitch de diez mil, un hilo viral en Twitter o una serie random que te ha apetecido ver en Netflix.

Esto en sí no debería ser tan devastador, ya que —conociendo la habitual conducta humana de buscar el consumo de productos parecidos para tener cultura común con su entorno— lo más frecuente sería que los amigos de cafetería viesen la misma serie en Netflix. El golpe de verdad lo supone el ingente contenido existente a partir del contenido de primera ingesta.

Analicémoslo a través de un ilustrativo ejemplo.

Ilustrativo ejemplo y posterior comentario ya sabido

Ves una peli y (una vez visionada) te vas a Filmaffinity o a tu app de seguimiento de pelis y series vistas. Lees críticas más o menos profesionales. Te informas de tal escena. Te tragas 25 comentarios del TV Time, o incluso del Megadede; de donde sea: puede que descartes buena parte, pero siempre va a haber alguno que te aporte, o con el que te sientas identificado. Tú comentas, o no, y lees hasta mostrarte satisfecho, sin necesidad de moverte del sofá o la cama, solos tú y tu móvil.

Cuando tiempo después descubres que tu colega ha visto la misma película e intercambiáis impresiones frente a un café, de pronto, no te llena: te resulta trillado lo que cuenta, no te da más, eso que dice ya lo sabías. Normal: te has engullido el comentario de tropecientas personas, incluido alguno que te ha aportado lo que tu acompañante ahora, y la conversación, en cuanto a lo que esta peli se refiere, es insípida, salvo quizás en ese momento en que comentas lo que te ha parecido o has extraído sin tomar en valor nada de lo que el otro te diga. Con suerte, él pensará lo mismo que tú y ambos saldréis de ahí con la sensación de que habéis cumplido quedando, aunque cada vez lo notes más soso (por su culpa, claro).

¿Tan malo es el uso de este tipo de recursos, que haya tanta información y opiniones en la web? Obviamente, no para lo general: las personas tenemos acceso a crecer y aprender de mil sitios y personas distintas; incluso, en teoría, debería abrirnos la mente y el espíritu crítico. Eso sí, esa parte de la amistad se la ha comido. La ha reemplazado.

Por supuesto, no hablamos solo de pelis o series. Con la música el funcionamiento es igual, así como el deporte o incluso lo interpersonal. Todo lo sabemos y, si no lo sabemos, es que eso en específico «no es interesante», «es de paletos» o «es demasiado intensito». Por no hablar de que, de serlo, la información es preferible sacarla de la pantalla, y no de quien tienes delante, ya que «está más contrastado, es más objetivo».

En conclusión

Debemos actuar en consecuencia. Y no: no hablo de ir contra lo imparable.

El nuevo mecanismo es útil, cómodo, potente, ágil, barato, no pone malas caras, no tiene excusas para no quedar y —objetivamente— destroza en prestaciones a cualquier amigo de cafetería, salvo quizás en lo moral.

Me refiero a que empecemos a trabajar lo que se hace con los amigos de cafetería si no queremos ir viendo cómo el tiempo nos deja solos con la pantalla.

Si el hablar de tu vida no aporta nuevo; si el criticar a la gente desgasta la relación y te hace rancio, y ahora el generar opinión común debatiendo de un tema está pasando a estar seriamente dañado, ¿qué le queda a la amistad en persona?

Hacer. Vivir.

Aunque las relaciones digitales y anónimas triunfen por pura inercia, la gente siempre vamos a seguir siendo carne contra carne. Vamos a seguir conviviendo, viendo, tocando a otra gente y vamos a seguir teniendo mil maneras de vivir experiencias comunes.

Aprovechémoslas. No renunciemos a quienes nos acompañan, porque el tiempo da de sobra para el cristal que nos satisface y los cuerpos que nos sonríen y abrazan.

Exámenes a examen

Tras la política y el fútbol, los exámenes seguramente sean uno de los objetivos de crítica más populares del ser humano. Que si son demasiado difíciles en caso de suspenso, que si no son eficientes a la hora de formar profesionales, que si lo de escalonar a la gente y forzarla a competir es malo… la examinación se salva del tratamiento psicológico por el simple hecho de ser un concepto y no una persona.

Hoy vamos a analizar más concretamente algunas bases teóricas clásicas de su aparente falta de capacidad.

Un poco de taxonomía de Bloom

Por una razón u otra, esta clasificación de aprendizajes suele presentarse ante las personas a lo largo de la vida, siendo tan universalmente entendible como fácilmente olvidable.

Por abreviar —y con independencia de sus revisiones—, esta teoría defiende tres tipos de  aprendizajes (llamémosle así para abreviar):

Cognitivo, en referencia a lo que se sabe, al conocimiento y a lo conceptual.

Psicomotor, en referencia al saber hacer algo, al cómo hacerlo, a los procedimientos.

Afectivo, en referencia a la actitud con que se hace algo, a la mentalidad ante el acometer una acción determinada, al saber estar.

Que la vida no es solo conocimiento es algo evidente. Poniendo un ejemplo típico en mi última profesora, que nos pongan un tipo de café tomando algo no solo consiste en que quien nos atienda sepa las consideraciones de la máquina o la leche. Esta persona tendrá que dominar el procedimiento y cómo aplicarlo, así como realizarlo en un tiempo y con una actitud en el proceso y el llevárnoslo a mesa. ¿Cuántas veces una consumición no nos ha gustado por una mala atención?

La relación con los habituales métodos de enseñanza y examen es lógica y el comentario fácilmente cuñalizable: las formaciones (especialmente, obligatorias y universitarias) se centran en lo cognitivo y la acumulación de conocimiento, y no en las esferas de uso más llamativo en la vida real. «Los chavales llegan a los trabajos tras quince años de estudios y no saben hacer nada», dirían algunos.

Gran parte de este problema está, sin duda, en el método de evaluación.

La evaluación no completa

Relacionándolo con lo previo, no es difícil encontrar una fácil sucesión de obviedades:

  1. ¿Por qué hay tanta capacidad cognitiva con respecto a actitudinal y procedimental? Porque se forma más en cognitivo.
  2. ¿Y por qué se trabaja más lo cognitivo? Porque se forma para el examen, y los exámenes tienden a lo cognitivo.
  3. Entonces… ¿por qué no se examina lo procedimental y lo actitudinal? Pues porque es más complicado.

Realmente, cualquier persona ajena a la tarea de montar exámenes encontraría de lo más obvio cómo evaluar la práctica y la actitud: los ponemos a realizar nuestro respectivo café y tomamos nota de si lo hace y se comporta como esperamos.

Ya. Y ahora seamos algo realistas y no tan cognitivos.

Imaginemos al arquetípico estudiante no muy implicado que va a por su nota en el examen final, relevantemente práctico, y le dicen «Has suspendido porque no has mostrado el tipo de actitud que se esperaba». Obviamente, el alumno típico va a negar esta evidencia y, por mucho que el ejercicio se haya grabado, seguramente no comprenda o diga comprender este fallo. Y menos ante ese profesor que «le tiene manía».

La valoración actitudinal y procedimental tiene una naturaleza subjetiva. O al menos esa consideración por la casi totalidad de la población.

Los motivos del rechazo a este tipo de pruebas son claros y múltiples, pero quedémonos con dos: la falta de objetividad del alumno con respecto a sí mismo y, sobre todo, la común creencia en la parcialidad de los examinadores.

En cuanto a esto último, creo que a nadie sorprenderá si recurro al cliché de que la figura del docente profesional está muy cuestionada. Solo si al alumno le beneficia el docente es bueno, y la protección social que suele deparar la crítica al profesor (no solo por parte del resto de compañeros, sino también por el entorno privado del examinado) hace que la consideración de que los docentes son poco profesionales sea poco menos que una obligación para social.

Sumado al otro aspecto, el efecto es aún mayor. Porque si hay algo a lo que el ser humano está muy acostumbrado por propia naturaleza es a escurrir el bulto de su responsabilidad por fallar en caso de tener un chivo expiatorio que la sociedad acepte. Chivo que, como vemos, nos sale regalado en estas situaciones.

¿Qué se hace entonces? Obviamente, volver la corrección de las pruebas más objetiva. ¿Y cómo se puede volver las pruebas más objetivas? Centrándolas no solo en la parte cognitiva —en el conocimiento ajeno a las actitudes y las prácticas—, sino en la más simplista de la pirámide del aprendizaje cognitivo.

No voy a alargarme más allá de este párrafo en este aspecto, pero el aprendizaje cognitivo de Benjamin Bloom tiene a su vez seis niveles de complejidad, variados con el tiempo. De menor a mayor —y recurriendo a una clasificación clásica— tendríamos los conceptos, la comprensión, la aplicación, el análisis, la síntesis y la evaluación. A partir del cuarto nivel, hablamos de aprendizajes complejos: de visión crítica, de extraer y organizar conocimientos previos para sacar conclusiones propias. Y de mayor grado de subjetividad y dificultad en la valoración, claro.

En definitiva, ante las presiones ajenas y la facilidad de corrección y estandarización, los sistemas evaluativos han recurrido más y más con los años al contenido cognitivo especialmente conceptual: es muy complicado echar en cara la falta de objetividad de un examen tipo test o de respuesta más allá de la posible dificultad del contenido o la redacción del enunciado. Lo conductual y procedimental han quedado relegados a recursos como los positivos por participación o los ejercicios prácticos en aula que suman nimiedades como 0,5 en la nota final.

Hijos del tipo test

Como comentábamos, la cuñalada nos habla de que los alumnos no salen preparados para la vida, que las cosas se aprenden en el trabajo (que debe de ser sinónimo, se ve); sin embargo, si nos quitamos la venda del decir lo que todos quieren escuchar y tenemos en cuenta algo de lo comentado, está claro que los años de clases y una sociedad formada tienen sus ventajas y lo que habría que hacer sería dar cabida a más contenido procedimental y actitudinal, así como a fases de lo cognitivo más elevadas, que fomenten el pensamiento crítico. Recurriendo a los sistemas de evaluación necesarios, claro.

Así dicho, parece muy bonito, pero… ¿es la evaluación por actitudes y prácticas factible en la práctica?

Cerraremos este post con dos señores ejemplos del funcionamiento de nuestra sociedad.

El primero es el Plan Bolonia, implantado tiempo atrás. Ante un sistema universitario en el que lo mínimos permitían una asistencia no obligatoria y que un año entero se jugase en un examen en la práctica totalidad de los casos cognitivo, la por algunos llamada fábrica de desempleados o inútiles en lo laboral se encontró de frente con este nuevo panorama en el que la asistencia, los trabajos prácticos y los grupos pequeños y colaborativos parecían llegar para abarcar lo que el modelo previo ignoraba.

La respuesta social inmediata fue el rechazo típico de los cambios políticos, para al cabo del tiempo ir perfilando los mecanismos hasta conseguir, dentro de los límites de lo obligatorio, tener acceso a colar todos los recursos posibles dentro de las normas para evitar evaluar con nivel lo actitudinal y procedimental, con el escudo de la libertad de cátedra y, especialmente, de que la Universidad no es un supermercado de formación de trabajadores, sino un campo de cultivo de conocimiento, no de práctica y disposición. Consideración defendible, no como en el caso a continuación.

El ejemplo más icónico de mi país son, sin duda, las Oposiciones: esos complicados mecanismos y pruebas de acceso a plazas vitalicias en el sector público.

Hablando de Bolonia es perfectamente defendible que se entienda la Universidad como un lugar de conocimiento y no de formación de personal laboral práctico y con actitud; en el caso de las Oposiciones, la formación debe estar sin duda orientada a su motivo central puro: el trabajo.

Ser funcionario. Ese puesto que todos anhelan por el afamado cliché de buenos salarios, horarios cortos y estabilidad laboral. Y ese perfil que todos detestan por el también afamado cliché de que son todos unos vagos poco resolutivos incapaces de atender correctamente a una persona.

Si bien las pruebas son muy diferentes según el sector, con los años han sufrido una tendencia digna de estudio: no solo no se han tomado medidas para afrontar los problemas antes enunciados en cuanto a actitud y capacidad resolutiva y actitudinal de los candidatos, sino que en los últimos tiempos algunos de los casos prácticos se han llevado también al tipo test.

Cabría pensar que la crítica social debería haber sido feroz en este aspecto. Si bien ya hace tiempo que ha aceptado el que las academias se encarguen de entrenar a los alumnos para dar las respuestas adecuadas en las pruebas de personalidad y similares de oposiciones como las de cuerpos de seguridad del Estado, los casos prácticos parecían de lo poco que aún tenía algo de respeto por el que los alumnos tuviesen algo que demostrar más allá de lo conceptual y cognitivo en su extensión. Sin embargo, el paso del caso a los casos a través de test se ha asentado casi que con sonrisas.

¿Por qué? Por la ya tratada necesidad de objetividad del examen. El desarrollo hacía que el alumnado con malos resultados en ella echase en cara el criterio de corrección, acudiendo a un modelo objetivo, pero con carencias evidentes en lo práctico y actitudinal. Es decir, se ha priorizado la objetividad del método de evaluación a la contratación de personal con capacidad crítica, resolutiva, práctica y actitudinal. Por un examen para el que una persona estudia algunos años se ha dejado de lado la elección correcta de un puesto de trabajo que va a lidiar con la gestión y la atención social a la población general durante, pongamos, tres décadas. Hecho no de extrañar, ya que la movilización social por un examen de ortografía complicado para un alumno de Guardia Civil medio es infinitamente mayor a aquella capaz de atender con diligencia a quien paga su salario con sus impuestos. Más que nada porque esta es nula.

En resumen, la sociedad protesta por el funcionariado con el que tiene que lidiar, pero potencia métodos de contratación pública que perpetúan este tipo de perfil profesional: relleno de papel, vacío de practicidad y actitud. Un comentario que, de pensarlo un poco, encaja con el de aquel cuñado que hablaba de que en el colegio, en la universidad y demás familia no se aprende para la vida que es trabajo. Tristemente.

Suspenso en Examen

Si abarcamos los tres aspectos generales de la taxonomía de Bloom, el examen a los modelos de exámenes resultaría en excelentes resultados en el área cognitiva y soberanos suspensos en actitud y practicidad. Cuando se habla de la supuesta mentira de unas nuevas generaciones muy bien formadas se está obviando la realidad de que a nivel de conocimientos la parte joven de la sociedad está verdaderamente arriba, reduciendo el pensamiento a una visible falta de practicidad y recursos, problema nítido por otro lado.

Así pues, lo obvio en este aspecto sería dar importancia a los dos campos venidos abajo. Deberíamos empezar a valorar el que la mayor o menor capacidad objetiva de un método de evaluación quizás no sea tan importante como la formación de personas con habilidades para la vida. Y no hago referencia a la vida entendida como trabajo que entiende nuestro amigo: hablo de la vida social, familiar, laboral, personal, afectiva y de todo tipo. Formar personas para tener unas habilidades sociales, poner en valor las actitudes de generosidad y compromiso o dotar al alumnado de pensamiento crítico y capacidad de argumentación no son procesos de fabricación de medios productivos, sino una apuesta por personas y ciudadanos capaces de pensar, que se sientan con confianza en la vida y sean capaces de interaccionar y desenvolverse con soltura ante las situaciones y personas que se encuentren, quizás también con esas capacidades.

Una materia de la que debería ser obligatorio examinarnos.

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¿Encantado con los principales métodos de capacitación actuales? ¿Crees que el tipo test merece un monumento? ¿Ambas son correctas? No dudes en comentar, compartir y mencionarme de hacerlo con el @osgonso de turno. ¡Gracias por leer! ^^

La importancia de llamarse Ernesto con mayúscula

Siempre me ha sorprendido la polémica y las modas que desata el lenguaje y la ortografía.

En un universo tan sin grises como el que estamos viviendo, cualquiera diría que la opinión sobre escribir correctamente tendría dos bandos claros: los que creen que siempre debe ser así y los que dan prioridad a que se entienda el mensaje con independencia de su corrección de escrita. Sin embargo, habitualmente nos encontramos con disputas de lo más tuiteras y multitudinarias en torno a decisiones de la Real Academia Española (RAE), como si se podía escribir “iros” por “idos”, o si había que acentuar cosas como los solos de solamente o los pronombres demostrativos. Duelos de tradición, modernidad y libertad de escritura que hacer correr ríos de tinta, que no de sangre. Qué bonito cuando los debates no provocan más daño que al blanco del papel y de la pantalla.

El origen de este post es, sin embargo, una curiosa situación vivida meses atrás que tocó especialmente mi fibra sensible ortográfica. Firme creyente de que, de los bandos generales, quienes están más en contacto con la constante lectura o escrita son quienes defienden más una ortografía que quien no lo hace no suele valorar tanto, me encontré en la situación de escuchar en un entorno pequeño cómo alguien, profesional de lo editorial, proclamaba que la ortografía era innecesaria y que estaba sobrevalorada, siendo un medio de control del acceso creativo.

Dado que esta persona en un ámbito de poder de opinión tomó la iniciativa de soltar semejante bomba hacia un trabajo que siempre dice adorar, me dispongo a replicar su postura en mi entorno de poder, este maravilloso salón de sillas vacías y cero comentarios. ¿Por qué es tan importante la ortografía para quienes leemos y escribimos mucho?

teclado predictivo

Es curioso cómo el lenguaje escrito por mensajería instantánea ha cambiado. Durante una época se scribia tal q asi y, sin embargo, en cuanto se encontró un medio en el que escribir bien, de forma rápida y cómoda (y criticada) se dejó atrás el jeroglífico.

Algunas profundidades del lenguaje

Una de las razones por las que escribo (sobre todo en cuanto a ficción se refiere) es por ser uno de esos románticos de nueva era que cree que la palabra crea realidad. Obviamente, la nueva realidad tiene niveles de más o menos complejidad según las profundidades del lenguaje. Por ejemplo:

– “Las Torres Gemelas sufrieron un atentado en 2001” sería una afirmación informativa. No diría que tiene mucha complejidad en cuanto a sentido creador, ya que de ser vox pópuli no es más que un recordatorio de una realidad que quien lo lee ya conoce.

– “Ahí va un cerdo volando” haría nacer en la mente del lector una idea nueva que seguramente nunca se haya planteado en la situación que vive en ese momento: la de estar sentado ante una pantalla e imaginarse al cerdo más allá de la ventana o en algún lugar al fondo de la sala. Seguramente funcione de modo similar a como lo haría descubrir aquel 11 de septiembre que las torres habían sido atacadas.

– Caso similar es el de los términos subjetivos. Si uno pone la palabra “amor” en un texto, en la mente del lector despiertan numerosas ideas según lo que en su vida haya experimentado en torno a ella. Por aquí estarían también casos como el de la metáfora elaborada y demás. Son procesos mentales en los que el receptor del mensaje tiene que implicarse para que le transmita, siendo habitual que la realidad que nazca en cada uno sea bastante distinta de la intención del emisor, creando realidad única en cada persona. Es por eso por lo que un mantra típico de los escritores de ficción es que una vez nuestro relato se publica dejamos de tener control sobre él: es el lector el que tiene que construir la realidad y esa será tan válida como la que nosotros imaginamos escribiéndolo.

– Y llegamos, por no complejizar más, al punto en que de verdad cobra importancia la ortografía en cuanto a creación de realidad se refiere: el juego ortográfico.

El juego ortográfico

scrabble

Una idea muy típica en quienes profundizamos en el lenguaje, la escritura y la literatura es que un salto de calidad en las obras se produce en el momento en que esta aparece más allá de lo que cuenta que pasa, llegando a tener presencia en la belleza del uso del lenguaje. La obra de calidad llegaría a tener unos juegos, unos guiños en la escrita que enriquecerían al lector y que harían no solo que fuese capaz de imaginarse las situaciones que presenta, sino que les sacarían la satisfacción de la propia lectura desde el lenguaje.

Pongamos un ejemplo. Uno de los juegos de lenguaje más carismáticos de uno de mis relatos más queridos es la utilización tras varios otros juegos de la expresión “estar solo solo”. El lector profano pensaría seguramente “Quería decir que está solo: ha repetido la palabra, error de calidad”. Sin embargo, el que ama el lenguaje seguramente vea algo más. Y es que la variedad de interpretaciones de “estar solo solo” abarca, entre otras, que la persona está sola de verdad, que lo único que tiene (solamente) es estar solo, que se siente solo y está a solas en el espacio que está, o también podría ser que lo único que le pasa en ese momento es que está solo. Y más.

Simple life

Llegamos entonces a la relación con lo inicial: ¿qué tiene de importante la ortografía para alguien que lee y escribe mucho? La posibilidad de ver lo que de verdad pone cuando lo que hay escrito dice más de lo que parece.

Ejemplo 1:

—Stas x la tard?

—No. Voi a trabajr.

—Vale anims.

Ejemplo 2:

—Estas x l tarde

—No estan en el pueblo

—No que si estas tu x la tard

—No voi a trabajar

—Pues kdamos

—No q voy a trabajar

Ejemplo 3:

—¿Estás por la tarde?

—No, voy a trabajar.

—Vale, anims.

Como podemos ver, en el primer caso, lo que parece ocurrir es que una persona le pregunta a otra si está por la tarde, esta le responde que trabaja y la otra le da ánimos. Aparentemente, se produce una perfecta interacción sin equívocos entre dos personas que no usan la ortografía.

En el ejemplo 2, vemos múltiples malentendidos por la falta de acentuación y puntuación: uno cree que se refiere a “quedar con estas por la tarde” y el otro no entiende que no puede quedar porque va a trabajar.

En el ejemplo 3, sin embargo y llegando adonde interesa, se produce de nuevo el completo entendimiento. Pero con algo más.

En el ejemplo 3, hay aparentemente un error de escritura, el “Anims”. Sin embargo, la persona está diciendo exactamente eso, “Anims”, usando el típico término catalán y para algunos culé, en un gesto claro de confianza y colegueo con la otra persona. Si el lector da por hecho que la otra persona suele escribir correctamente, leerá “Anims” y no “Ánimo”. ¿De veras alguien se cree que el lector del ejemplo 1, que no usa la ortografía va a entender “Anims” en algún momento? Ni de palo se va a fijar que de la eme a la o hay demasiado espacio de teclado como para haber querido escribir “ánimo”. Cualquiera entendería que esto lo que quiso escribir en la práctica totalidad de los casos.

Tanto el ejemplo 1 como el 2 lo son de pérdidas del sentido del mensaje por problemas en el código. Evidentemente, hablamos de un ejemplo simple y que obviamente no va a afectar en gran medida a la transmisión de la información. Pero es evidente que, para aquellos que usan juegos, chascarillos, detalles técnicos y demás elementos de alto lenguaje, el estilo adivinatorio que supone el traducir un código sin ortografía es tanto un incordio, como un nido de malentendidos, como una reducción de las posibilidades de intercambio de información. Una disminución de la capacidad comunicativa, de expresión y, en otro nivel, de crear realidad.

Conclusiones de quien ama la creación con el lenguaje

amor libro

La libertad de expresión es un derecho que, aunque limitado a veces por quienes dicen ser superabiertos, no pienso poner en duda en este post: que cada cual escriba como quiera y le vaya bien, que cada cual exponga sus opiniones sobre la importancia de la ortografía o no en su trabajo y vida personal y de ocio. Aquí simplemente he de decir que, con los años, el uso de unas normas generales con mis propias licencias para jugar y equivocarme con mi modo de escribir me ha hecho sentir muy rico en pensamiento y creación de ficción y realidad.

Para quien no lee más que información plana, sin profundidad, no va el consejo de final de párrafo, al menos directamente: espero que disfrute con lo que tiene e invierta en cosas que le hagan feliz el tiempo que le deja no profundizar. Para quien quiera sentir la libertad de poder entrever los límites de lo que puede o no construir su realidad humana y de pensamiento, mi consejo es que no menosprecie el hacer que se le entienda bien y el leer lo que realmente ponen las cosas sin pasar a común lo que no necesita traducción.

Una vez ahí, los solos podrán llevar acento o no, los estes serán demostrativos, orientes y personas y la vida será un poco más grande. O al menos más abierta en cuanto a no atrapar las palabras en lo que se espera que signifiquen.

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¿Y tú qué opinas? ¿Ves innecesario escribir correctamente si el otro «entiende»? ¿O tal vez lo que ves innecesario es escribir mal cuando de hacerlo bien siempre acabas interiorizando el cómo? Comenta, comparte ya que estás y dale like si te ha gustado. No cuesta dinero.