Esto no va por Floyd

No, esto no es por George Floyd, que en paz descanse. No es por él. Si por alguien como él fuese, esto ya estaría aquí antes. De hecho, seguramente lo esté.

Esto no es nuevo. Ni la protesta, ni el odio, ni las víctimas.

Esto no va por Floyd, ni por la anterior víctima, ni por las muchas otras que llenan las camisetas de los manifestantes allí. Esto va porque ya no se puede tolerar que una persona no vea a otra como tal por tener un color de piel o una cultura distinta.

Esto no va por quienes han ignorado súplicas por la vida al tiempo que decidían que hacer con ella; no, no merecen fama ni para lo malo. Esto va por los miles de cobardes que en su corazón están deseando hacerlo, sin opción a conseguirlo. Vuestra ignorancia pesa más que cualquier rodilla al cuello.

Esto no va por los policías violentos, ni tampoco por quienes piensan que la generalización es una buena arma contra la generalización. Esto va por las personas a las que todavía les quedan neuronas para entender que los bandos acaban en guerras y las guerras en víctimas como las que hoy recordamos.

Esto lo pongo hoy, lo escribo hoy, porque por una vez tenemos al mundo hermanado, tras una de las épocas que más hermanamiento debería habernos producido nunca. Hermanado ante algo que, por desgracia, no ha nacido de la aberrante muerte de esta persona.

Y es que el negro no cubre las pantallas por Floyd, por mucho detonante que sea. No: Floyd será un símbolo, pero sería absurdo decir que es la causa tras tanto, tanto daño.

El negro cubre las pantallas porque, en un mundo multicolor, ver todo como una película de 1940 ya se ha vuelto intolerable, y cualquier excusa —cualquier daño, cualquier víctima, cualquier mirada— era motivo suficiente para levantarse.

Ya no nos cabían más clavos debajo del culo.

Por el miedo a equivocarnos

Una de las características más infravaloradas de la nueva sociedad es, sin duda, la memoria. El que los conocimientos, el pasado y la ciencia hayan pasado de estar ubicados en bibliotecas, hemerotecas y mentes a estarlo en cualquier lugar del planeta con una conexión a internet nos ha permitido tener disponible la sabiduría de millones a 3 clics de distancia. A mi ver, un top 5 de salto como sociedad más importante de siempre.

Sin embargo, el precio a pagar por tanto bien es uno que estos días de confinamiento me reconcome: la muerte del perdón y del olvido.

Hace dos posts, escribía sobre el cómo la prensa se estaba aprovechando de la situación con el coronavirus para ganar audiencia. La sobreinformación de esos días, el sensacionalismo y la aparente falta de movilización política hacía que el error fuese una plaga más agresiva que el propio virus. Y yo mismo caí en las sensaciones de que se estaba alarmando en demasía, no por no saber de su potencialidad de llegar a una cantidad abismal de gente, sino por las medidas que podían llegar a afectarnos como sociedad.

Ahora, vamos hacia el mes de estar confinados en nuestras casas, con las calles vacías, sin ver a nuestros amigos y familiares en la mayor parte de casos. A lo largo de este tiempo, he recorrido la ciudad desolada en hora punta para ir a trabajar; la Policía me ha echado bronca por ir demasiado cerca de mi compañera de piso de camino a un coche en el que íbamos a estar a centímetros, minutos después de haber intentado convencer al jefe para que nos dejasen trabajar desde casa y no tener que salir; he agradecido subir y bajar los seis pisos del edificio para poder estar 30 segundos fuera tirando la basura en el contenedor de enfrente al amparo de la noche vacía; he oído a mi madre decir que no dejan a sus nietas acercarse a ella o mi padre por seguridad; he visto como la única muestra del gran festivo de la ciudad era el supermercado de enfrente cerrado.

Y todo esto habiendo dicho hace tres semanas que no era para tanto.

Claro que los ratios de mortalidad siguen siendo los que son, y claro que el que el número de personas fallecidas obedece a lo descomunal del número de contagios más que a su letalidad, pero que el mundo entero se vaya a parar en algún momento por esto, que hayamos visto detenido gran parte de lo que nos hace sociedad por algo, es suficiente como para reflexionar sobre nuestras equivocaciones.

Escribiendo un poco más arriba, un vehículo de emergencias ha parado delante de casa para atender a una llamada en el edificio de enfrente. Ver a las dos chicas prácticamente embaladas como un palé de supermercado cambiándose esa especie de mandil que llevan en el coche y desechándolo para ponerse otro mientras esperan a que arriba hagan lo que tienen que hacer para que ellas puedan entrar impresiona y hace que solo quieras gritarles ánimos.

Pero hace tres semanas yo dije que no era para tanto.

Evidentemente, el mal de muchos consuela a algunos, y saber que a tantos les ha pasado hace sentir menos culpable. Sin embargo, la memoria digital de aquellos días hace que te plantees qué ‘vendiste’ en algún momento; esas últimas conversaciones con los vecinos, con los compañeros, en que decías que se iba a dar llevado bien te resuenan en la cabeza.

Y, claro: sí que hay un cierto pacto de perdón social a todos los que nos equivocamos. Como aquellos que lapidaron a un inocente, y luego se consolaron con el «bueno, todos pensaban lo mismo, es normal que me confundiese». Pero la realidad es que no por que muchos se equivoquen el error deja de ser tal.

Y la memoria digital ahí se queda.

¿Debería borrar todo comentario sobre aquellas? Al fin y al cabo, eso es como borrar el pasado de la red, ¿no? No lo haré, porque de puertas de mi mente para dentro, eso seguiría ahí y lo que soy ahora no soy el que escribió esas líneas: tengo derecho al error, y borrar pasados no implica evolución, sino cobardía para afrontar lo ocurrido. ¿Esos pensamientos de ignorante van a tener más efecto que dejarme del ignorante que en aquel momento fui? ¿Alguien va a cambiar su opinión sobre la situación por lo que dijo el Osgonso de hace tres semanas? Ni en broma, y por ello quiero que ese que fui pero ya no soy persista, para recordarme no solo que crezco y cambio y admito mis faltas, sino que la gente somos lo que somos en cada momento y no por siempre, por mucha memoria digital que haya.

Con eso me gustaría cerrar: con la idea de que las personas no somos para siempre lo que decimos en determinado momento de nuestras vidas. Con que la gente crecemos, cambiamos y debemos de ser juzgados por lo que hicimos mal según lo que mantenemos de aquellas y no lo que ha cambiado de nosotros. Yo no defiendo idénticos valores y pensamiento con diez años, con veinte y con treinta, ya que ni la sociedad es la misma, ni por supuesto yo lo soy: qué poco crecimiento como persona tendría.

Es por eso que creo que la maldita hemeroteca de internet debería ser siempre tomada en consideración con la época y momento en que las situaciones ocurrieron. La realidad siempre pertenece a un contexto y sin él no es realidad. Solo un relato mal contado, como una Edad Media con luz artificial y teléfonos.

Internet y lo digital nos han dado el recuerdo, la memoria, y los han vuelto eternos. Si no somos capaces de hacer que el perdón sobreviva, acabaremos dejando de opinar y enriquecer a otros por el miedo a equivocarnos. No entonces, por supuesto, sino con el tiempo.

Ese que todo lo cambia. El gran genio en lo de convertir lo blanco en negro.

_____________________________________

¿Eres de los que juzgan a las personas por lo que hayan dicho con independencia del momento? ¿Crees que el perdón ha pasado a mejor vida y nombrarías al rencor como presidente del gobierno mundial? ¿Has defendido palabras en las que ya no crees por haberlas dicho en algún momento?

No dudes en dar me gusta, compartir y opinar tanto en comentarios como en redes: es lo que nos queda sin cafeterías y paseos de domingo. Recuerda mencionarme como @osgonso, siempre me da una alegría saber que hay gente más allá de las visualizaciones. Y, por supuesto, mucho ánimo en esta época tan dura, gracias por invertir un poco de tu tiempo leyéndome ^^

Quizás apasionado

Pides que de pasiones te hable, pero… ¿qué buscas en las pasiones de un uno cuando tanto te has esforzado en cubrirlas de tu todo?

Si hablamos de mis pasiones, quizás sea la justicia, que un día es blanca y otro negra según si son muchos o pocos a quienes interesa su aplicación.

O quizás sea la hipocresía, que culpa de lo que no se peca y calla cuando cae en su propia evidencia.

Quizás, la solo algo diferente diferencia. La de las personas que son, no son, entonces sí, ahora no. Distintas, iguales, a tramos, por pasos; hermanas, rivales, apoyos, desequilibrios. «¡Qué buenos!». O quién sabe si, al día siguiente, «qué malos».

Quizás sea lo inexplicable. De todo. De nada. O de toda y de nado, por corrientes que tejen verdades, a pares de fallos crear. «Crear»…

Quizás sea crear, porque quien vive crea, tenga pasión por la vida, la explique, la distinga, le mienta o la crea justa. Esa es una buena pasión. Una buena y mía pasión: crear nueva realidad.

Hacerla crecer. Crecer con ella. Amarla y odiarla. Para acabar por dársela a quien ya no se escucha más que a sí misma. Darte algo a ti, sí: a ti, sociedad. Tal vez en eso consista la pasión que en mí buscas. En ser algo para alguien que no es alguien y a quien no le importa lo que tú seas.

Pero… ¿sabes? Quizás eso solo sea un quizás.

Quizás solo un quizás apasionado.

_______________________________

Esta semana me he decantado por esta pequeña pieza sobre alguna de mis pasiones que he escrito para un pequeño curso de escritura creativa en el que participo una vez por semana. Hay gente para la que las pasiones son actividades; para otra, paisajes; para mí, por ejemplo, conceptos.

¡Coméntanos si quieres tu pasión en comentarios! Siempre es bonito ver que a la gente aún le late algo en el pecho.