La crisis de la realidad informativa en la era 3.0

Hoy vamos a ir más allá de las pasadas entradas criticando la realidad de una prensa que pone por delante la aprobación del público a la objetividad. La relevancia de este post se encontrará en el análisis de cómo la llegada de la participación del usuario en la realidad informativa ha afectado a lo que teóricamente se consideraba lo más importante.

El nuevo paradigma

Empezamos por la parte buena, que es mucha y digna de aplauso. De un tiempo a esta parte las web 2.0 y 3.0 se han coronado como las reinas del panorama tanto informativo como de la red.

Sin entrar en formalidades, los conceptos hacen referencia a que el usuario pasó de tener una actuación pasiva en los contenidos que recibían en internet para tanto personalizarlos con su movimiento por ella, como para ser capaz de aportar contenido propio en página ajena. Asimismo, en línea con ello, el uso de smartphones y dispositivos móviles extendieron las horas de uso y consumo a las llamadas 24/7. Pasamos de tener grandes limitaciones en la libertad de información y opinión a prácticamente poder hacerlo en cualquier parte.

Si bien las redes sociales en general son las principales protagonistas de este cambio, su potencia las traspasa. El panorama informativo, en particular, se ha visto tremendamente sacudido por él en tres grandes aspectos:

• La necesidad de ofrecer constante contenido a gente que, a cada momento libre, pide más. La competencia es elevada y, de no ofrecerlo, es fácil perder al usuario y observar cómo se queda con las demás informaciones.

• La necesidad de instantaneidad. Si la noticia no es rápida, para cuando se llegue, el consumidor ya habrá sacado la información de la competencia.

• La participación de la gente anónima con el comentario público. Cada noticia y publicación en redes tiene su posibilidad de comentario, siendo la moderación complicada e incluso criticada. Además, la popularidad de Twitter como principal medio de información en directo ha vuelto el número de rivales mediáticos interminable.

Los tres aspectos conducen a tres conclusiones claras: hay que producir más, más rápidamente y de forma que al público le guste.

¿Y en qué repercute esto? En una clara pérdida de calidad y objetividad: sin tiempo al contraste (antaño, imprescindible), en las redes se sube lo primero que se escucha o ve, lo que aparenta ser, tomándose como verdad por un público que, si bien —se supone— tiene mejor capacidad crítica que antes, no tiene tiempo para ponerla en práctica con cada pequeña información de la enorme marabunta de datos nuevos.

El papel de la prensa ha sido analizado de sobra en posts como este, así que centrémonos hoy en el papel de la gente ajena al periodismo, pero que participa.

El bello intrusismo popular

Tal y como decíamos arriba, una de las características top de la generación 2.0 y 3.0 en cuanto a realidad informativa es el que la gente hayamos tenido acceso no solo al poder comentar, sino al que nuestro contenido sea parte de la información en páginas ajenas.

Esto es una auténtica realidad disruptiva en el sector informativo, ya que antes el acceso estaba muy limitado, o al menos bastante, a profesionales del sector. Si bien podíamos ver a algún experto infiltrado hacer una crónica en un diario de tirada nacional sin conocimientos de la titulación, la realidad informativa estaba constituida en su práctica totalidad por periodistas. A día de hoy, cualquiera puede informar, siendo una gran noticia en el plano de que la información sea democrática y, a la vez, una mala en el campo del intrusismo, la falta de profesionalidad y la habitual ausencia de espíritu de contraste de la información. Es cierto que el oficio periodístico ha sido merecidamente denostado tras décadas en las que hemos sufrido desde paparazzis hasta contertulios del Chiringuito, pero —al igual que con tantas otras— el trabajo del profesional formado hay que respetarlo por cosas tan importantes como las bases imprescindibles del oficio.

Lo que estamos viviendo es cómo la sociedad estamos pasando la batuta de la información de profesionales que, presumiblemente, contrastaban y contaban buscando la objetividad a gente que solo busca la atención o su popularidad.

Obviamente, muchos —incluido yo, eh— estaremos pensando: «Pero es que los que tú llamas profesionales están vendidos a lo instantáneo sin contrastar, a la alta producción sin calidad, al populismo que les dé visitas y a la falta de todas las banderas con las que un día el periodismo se cubrió». Yo diría que sí.

Claro que, por otra parte, la radicalización de estos males se ha producido —precisamente— por no haber exigido nosotros una calidad, a base de o dar coba del contenido malo.

Cuando vemos en un programa de tertulia a gente que no es periodista, sino famosa de mediopelo, decimos que qué hace ahí esa. Sin embargo, no es solo que al típico tuitero quedabién que nos viene con determinada noticia habitualmente injusta —extraída de alguien que le ha hablado y sin contraste alguno— le aplaudamos con la palma de los pies, sino que encima nos tragamos el programa de tertulia o las noticias sobre él.

En cualquier caso, no creáis que este es un post de defensa a los periodistas, cuando lo que estamos viendo en cuanto a ellos es una constante lamida de culo dorada de píldora al consumidor engullenoticias, así tenga que ir contra sus principios. De verdad creo que el periodismo con mayúsculas puede haber firmado ya su propia sentencia de muerte.

El momento del pensamiento propio

Si algo quiero recordar y dejar patente es la importancia que a día de hoy tiene nuestra capacidad crítica. Cuando se dice que tenemos algunas de las sociedades más formadas de la historia, no solo debemos acordarnos de aquellas personas tituladas y profesionales que no encontramos empleo, de la fuga de talento y otros tantos otros dolores de corazón: hablamos también de sociedades en las que se supone que se ha trabajado un espíritu crítico, la capacidad de distinguir la realidad objetiva de la información condicionada y el saber entender qué es entretenimiento y qué es información.

No podemos olvidar qué es cada cosa. Si nunca hubiésemos hecho caso a Mr. Bean de hablarnos sobre el tiempo, no le demos la razón absoluta a cualquier desconocido en ciertos temas solo por habernos hecho reír con veinte tuits este año. Si siempre hemos vendido que hay mucho tonto suelto, no creamos que porque los veinte comentarios de anónimos al fondo de las noticias se metan con el mismo tiene que ser la verdad divina. Y si para que nos condenen tenemos derecho a defendernos y a la presunción de inocencia, no condenemos a quienes no hemos dejado ni explicarse.

Puede que para algunos la realidad informativa o la verdad sea solo entretenimiento. Pero si no somos de ellos, este es el momento para demostrar que nuestro pensamiento es propio y no de cualquiera.

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Cómo no puede ser de otra manera en un post sobre la opinión de terceros, os invito a participar de este asunto. ¿Eres todavía un defensor del viejo modelo de periodismo reposado y de calidad? ¿Crees que la abundancia de noticias es más importante que el contraste de ellas? ¿Contemplas la realidad social como un entretenimiento más?

No lo dudes: comenta aquí abajo, comparte con quien lo creas conveniente o simplemente dale like por falta de tiempo. Muchas gracias por leer.

Sociedades abiertas en espejos deformados

Si uno piensa en las características que suelen diferenciar las sociedades antiguas de las modernas, no tardaríamos en llegar a una pareja de adjetivos muy querida: cerradas frente a abiertas. Aparentemente, hemos avanzado a sociedades con una gran apertura a los pensamientos diferentes, la innovación y la libertad de conciencia. Sin embargo, creo que a pocos nos estará faltando la sonrisa cómplice típica de dos personas que intercambian presunciones de riquezas que saben que ni una ni otra tienen.

Ya sea la época de dificultad que la sociedad pasa, ya sea el efecto de las redes sociales, ya sea la hipocresía social que se ha comido todo, si algo está claro es que la apertura a escuchar la postura distinta está pasando por un momento crítico que no promete grandes esperanzas. La criticada corrección política ha sido sustituida por un decir lo que quieren que digas disfrazado de pensamiento rebelde. La tapada de oídos al pensamiento distinto se ha enfundado de que no merecen ser escuchados. Y sí, la apertura de pensamiento se ha vuelto en realidad una dictadura que puede ser moldeada según conviene al que lleva su medallita en el pecho.

Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así

La propia afirmación, que firmaría prácticamente cualquiera, es una propia demostración de sumisión. Que el mundo te haga rebelde viene a decir que tú que presumes de ir contra él no te has convertido en lo que has querido, sino en lo que el mundo «te ha hecho». Normal que defender la posición victimista sea fácil.

La conciencia de rebeldía se ha convertido en uno de esos mantras vacíos que todo el mundo podemos usar. Es tan fácil como elegir tendencia contraria y decir que te rebelas contra ella:

-¿Eres progresista? «¡Hay que rebelarse contra la tiranía de los anclados en el pasado!»

-¿Eres conservador? «¡Hay que rebelarse contra quienes quieren acabar con lo que tanto nos ha costado construir!»

-¿Odias la pizza con piña? «¡Hay que rebelarse contra esa aberración!»

-¿Amas la pizza con piña? «¡Hay que rebelarse contra quienes oprimen nuestros gustos!»

A nivel político, el tema es un cachondeo, pero a nivel social no está mucho mejor la cosa. El que la globalización nos haya permitido encontrar fácilmente a quien se opone a nuestros gustos (y en gran número) hace que siempre tengamos rival contra el que rebelarnos, pudiendo posicionarnos en el rol de débiles que tienen que luchar por lo que tratan de arrebatarles.

Correctamente políticamente incorrecto

El tema de la corrección política es a día de hoy una comedia divina. ¿En qué área a día de hoy lo políticamente correcto es comportarse de tal modo? ¡La incorrección política es lo que se lleva! Hasta el punto de que lo políticamente incorrecto es, precisamente, comportarse como es debido en ciertos ambientes.

Las redes sociales son un clásico; lo de Twitter, un referente. ¿Alguien cree de verdad que ser políticamente correcto es lo más aceptado en una red como Twitter? ¡Venga ya!

Este juego, al menos en español, se ha hecho todavía más paródico por las palabras. El término corrección política hace referencia desde hace mucho a adoptar una postura civilizada, que vendría a ser la típica de un ciudadano ejemplar de una determinada sociedad. Obviamente, el ciudadano ejemplar de cada red no suele ser la persona polite típica de la sociedad de los 90. Y he aquí que la gente se considera rara avis por ser tan incorrecto como todo el mundo espera que sea. Pero ¡ojo!: de cara a dentro pueden presumir de que son políticamente incorrectos.

Abiertos de oídos sellados

El ser abierto de mente es todo un referente de la sociedad actual. Uno de los principales emblemas a lucir en el pecho. Y una habitual mentira como una casa.

Vamos a ver: si escuchas a quien no piensa como tú, puede que seas abierto de oídos. Pero si no tratas de ponerte en el lugar de quien piensa completamente distinto de ti, no me vengas con que eres abierto de mente, porque estás reconociendo estar cerrado a abrirla.

«¡Es que ese pensamiento es intolerable

Puede serlo en tu mundo y en tus valores. Seguramente también para quien escribe estas líneas. Pero esa persona piensa eso. Y no por escucharlo o por tratar de entender cómo piensa te conviertes en lo que esa persona es.

Por tratar de entender a un amante de la pizza con piña no vas a ver perjudicado tu cerebro, ni vas a ser un defensor de la pizza con piña, ni a llevar dentro un virus de pizza con piña.

Creer que por respetar clicheicas libertades humanas como la libre sexualidad o el vivir en comunidad eres un abierto de mente es de un postureo absurdo: como mucho, eso te convierte en una persona respetuosa con esas libertades. Serás un abierto de mente si buscas entender cómo piensa o siente toda persona que te encuentres con características que hasta entonces nunca hayas buscado entender. Y esas, por desgracia para estar sociedad de ojos vendados, suelen pertenecer a aquellos colectivos que se han ganado (injusta o, también, justamente) ese rechazo.

Inescuchable

Que conste que ser un cerrado mental es algo perfectamente entendible: recordad que todos estos que dicen ser abiertos, pero luego no escuchan a quien piensa distinto, tienen la excusa de que el mundo les hizo así y con ella basta.

Más si cabe con el polarizado modelo social.

El entretenimiento clásico tenía en este aspecto una gran desventaja y una gran ventaja. Un altísimo porcentaje de la población era de televisión y claro, solían enfrentarse a los mismos estímulos que quienes no pensaban como ellos. Esto hacía que la variedad de pensamiento a partir del entretenimiento se redujese, aborregando a la gente; por otro lado, la variedad actual hace que la gente que piensa distinto entre ella no coincida casi nunca.

¿Y qué ocurre cuando a las personas les quitas el contacto con elementos que no comparten? Pues menos capacidad de adaptarse a lo que no les gusta. Lo que viene siendo mayor intolerancia.

En ciertas redes sociales es muy fácil verlo: opinión fuera de la línea de pensamiento = linchamiento de reacciones en contra. Twitter es el ejemplo más fácil, pero no nos ceguemos: las hay de todos los colores y creencias. El problema está en que esa reacción represiva es educacional: la gente que tiene ese tipo de pensamientos aprende que de exteriorizarlos se verá linchada, pasando o bien a silenciar su opinión, a cambiarla para ser aceptada por el grupo o a apartarse de este o la red.

¿Y qué se consigue si marginamos, deformamos o acabamos el pensamiento diferente de un grupo en aras del común y aceptado? ¿Qué supone en una sociedad el acabar con las opiniones de quienes no piensan como nosotros? Ni más ni menos que dictadura de pensamiento.

Un pensamiento que en ningún caso va a ser individual, sino grupal y aborregado.

Un pensamiento que nos permitirá dictar. Qué es tolerable, qué no; dónde están los límites para ser una persona de mente abierta; cómo comportarnos para poder colgarnos medallitas o no.

Y un pensamiento que, al encontrarnos con otros grupos fuera de esa microsociedad o sociedad específica, nos permitirá la intolerancia, la marginación y demás modelos creyéndonos, por las leyes de nuestra pequeña sociedad, modelos de comportamiento.

Con espejos deformados, claro está.

Una breve conclusión

Me gustaría terminar recalcando dos puntos para aquellos con la cabeza cuadrada y la medallita de abiertos en el pecho.

No eres abierto por aceptar a quien no es como tú pero no va en contra tuya. La mente abierta es la de aquel que intenta entender cómo piensa la gente que nunca has pensado cómo piensa.

Y la apertura de mente ante quien no es como tú no te vuelve como este. No por buscar entender cómo piensa tienes por qué pensar o sentir igual. Tú eres tú.

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¿Consideras que la sociedad es abierta y el redactor de este texto un inepto? ¿Piensas que hay gente que debería ser apartada de la vista para que todos estemos bien? O, inesperadamente, ¿estás de acuerdo con lo dicho y crees que merece reflexión? ¡No dudes: comparte, opina en comentarios, mencióname en redes (@osgonso) y dime qué te ha parecido!

Las expectativas en las historias o un porqué (sin spoilers) del cabreo con el final de Juego de tronos

Que no se preocupe quien no haya visto o acabado la serie: no va a haber el más mínimo spoiler más allá de que haya mucho indignado. Lo cual no debería sorprender a nadie teniendo en cuenta los antecedentes de grandes series de culto.

¿A qué se debe el enfado en redes? La miniencuesta en mi deshojado Twitter considera los 3 factores que yo encuentro como más frecuentes para este tipo de enfados, a los que sumo un “Para no perder la costumbre” más cínico que otra cosa.

– Malos finales.

– Que la gente se cabree porque cabrearse parezca ser siempre una buena opción.

– El no cumplimiento de expectativas.

Los resultados (pese a la baja participación, dentro de los esperados) apoyan hasta el momento que el cabreo se debe a unas expectativas de final que no se cumplen o, como bien apunta mi colega Amarga para quien no lo vea dentro de esto, a que no acabe como la persona esperaba (55%).

Analicemos pues cómo la expectativa afecta a una obra de ficción y cómo se originan.

Las expectativas generadas

Al consumir una obra, en el lector o espectador se genera, de forma voluntaria o no, una especie de predicción de acontecimientos o sensaciones sobre lo que va a pasar.

Cualquier artista de ficción argumental debe tener muy clara la importancia de la generación de expectativas en su obra. El trabajarlas y valorar su eficacia antes de lanzarlas es parte clave del éxito posterior. De ahí que, en los buenos trabajos, la mayor parte de expectativas sean creadas por el consumidor, pero generadas por la propia narración.

Por ejemplo, si antes de que el personaje doble una esquina ciega ponemos una melodía de tensión, al espectador le surge la expectativa de que algo va a aparecer al doblarla. Evidentemente, es la mente del espectador quien la crea, pero la expectativa está muy buscada.

La expectativa trabajada en guion y relato tiene dos funciones principales: enganchar y satisfacer.

La primera función se basa en atrapar al lector o espectador. Mecanismos como los cabos sueltos o los elementos o personajes sin sentido claro a primera parte de obra tienden a que nos hagamos preguntas sobre qué hacen ahí. Preguntas que, de ser las dudas de buena calidad, nos harán querer seguir en el relato para descubrir qué hay detrás.

La segunda función es la satisfacción por la resolución de estas. Este es el punto más complicado y el que suele ocasionar reacciones como las que vemos en finales históricamente odiados.

Explicar por qué es tan difícil es, paradójicamente, tan fácil de explicar como exponer dos realidades contradictorias del mundo de la ficción:

– Que las expectativas del lector o espectador se cumplan le da satisfacción.

– Lo previsible genera desencanto y sensación de argumento poco profundo.

Existe la creencia de que una trama de calidad suele tener giros imprevisibles para el consumidor del contenido. Sin embargo, que no ocurra lo que el consumidor en el fondo de su corazoncito espera que suceda le sienta muy mal. Más si cabe en producciones tan largas como la propia GOT.

¿Cómo se acomete entonces esto en producciones muy largas?

Veamos tres de las estrategias más comunes de resolución de expectativas: el inesperado desenlace predicho, el final inesperado y el desenlace obvio.

Una tendencia muy común es la de que al principio tengamos claro el desenlace, pero el asunto se enrevese tanto que al final, cuando se cumple nuestra primera idea, nos parece hasta sorprendente.

Esta estrategia hace que, al menos, una expectativa interna se cumpla. Esto hace que no nos resulte incoherente, pero a la vez da sensación de inesperado.

¿Inteligente? Parece que sí. ¿Funciona? De vez en cuando. Y es que, cuando se ha usado esta estrategia típica de grandes historias románticas o comedias que a muchos se le vendrán a la cabeza, el rechazo en redes tampoco ha faltado a la cita.

La segunda opción clara es el final para nadie esperado. Obviamente, como digo siempre, la historia siempre tiene que entrar dentro de la coherencia argumental y el realismo interno de la historia, pero los finales inesperados suelen ser un recurso habitual, por alimentar esa parte del espectador que quiere ver algo que no espera.

El problema gordo de esta estrategia se encuentra, precisamente, en el caso de producciones muy largas. Cuanto más corta es la historia, más tolerancia hay al final inesperado. En el caso de historias de amplia duración, este tipo de desenlaces también tienden al desprecio mediático. Esto se debe a que el trabajo de generación de expectativas, las charlas durante las temporadas, las tertulias, los comentarios, todo ese universo social que se genera en torno a la serie hace que el cumplimiento de la satisfacción por expectativa cumplida se vuelva más necesario e irracional. En las obras grandes, el espectador tiende a sentirse engañado, cuando en las pequeñas lo ve como un agudo y travieso juego con su mente.

La última opción es la más típica de todas: lo predecible. Cuando uno va a ver una obra ligera, en general, busca que todo acabe como se espera. Las expectativas se cumplen, la satisfacción fácil te cubre y la misión está cumplida, ya que no se esperaba más. De hecho, la gente se suele tomar bastante a mal que la cosa no sea así.

Su principal crítica es, obviamente, la falta de innovación y profundidad, así como que las tramas raramente buscan la complejidad del primero de estos tres modelos.

El espectador guionista

Tuiteaba esta semana Gómez-Jurado que GoT le ha hecho descubrir que, más allá del consabido entrenador de fútbol y político, cada espectador lleva dentro un guionista. Tengo la sensación de que es una hipérbole con respecto a Juego de Tronos y cuándo lo ha descubierto, porque —como autor— sabe de sobra y desde hace mucho que así es.

El que consume muchas horas de un tipo de espectáculo tiende a esta idea de creerse superdotado en la elección de recursos que los profesionales han tomado de forma diferente. En parte, ahí está la magia y el genio de un verdadero guionista o escritor de ficción: en el tener la capacidad de demostrar que se es capaz de ser mejor que esos intrusos a los que en realidad se debe. En la responsabilidad que se lleva encima en hacer algo grande y con lo que estar satisfecho.

Fuera de ello, el espectador siempre va a tener la última palabra, y siempre va a haber bocazas que te digan que algo no es tan bueno como se esperaba de ti. Más que nada porque opinar es gratis y vivimos en una época en que hay gente que solo vive para dañar.

El que a alguien no le guste el trabajo que para ti es bueno, por desgracia, es la única expectativa que siempre se cumple.

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Como soy muy antispoilers, no voy a invitar a poner ejemplos sobre obras cuyos desenlaces te hayan marcado por las expectativas. Sin embargo, no dudes en hacer lo que te salga de dentro en la cajita por ahí abajo, que nadie aquí muerde.

Gracias de nuevo por leerme y no dudes en compartir, dar like, seguir y demás familia. ¡Nos vemos en el próximo! 😀 😀 😀