La vorágine de datos recibidos como entretenimiento vive un crecimiento continuado. Las personas nos estamos habituando cada vez más al obtener la información que nos interesa de la web, cuando antes la construíamos a partir de nuestros conocidos y amigos. Pero vamos: se supone que la nueva situación es más beneficiosa e imparcial, y los temas morales ya lo hemos tratado en los populares post sobre la muerte del conocimiento personal no certificado.
La entrada de hoy va dedicada a una de las consecuencias del cambio de modelo, el punto de inflexión que vive la amistad.
La amistad de cafetería
Resulta evidente que a valores antes intocables como la familia, la pareja o la amistad no les ha sentado nada bien la actual sociedad individualista. Si bien esta última suele representarse con importantes actos de fidelidad, sacrificios varios o escapadas una vez al año, el concepto central de la amistad en las últimas décadas seguramente sea algo tan básico como el quedar.
Quedar, por frecuencia, suele moverse entre tomar algo y charlar o dar un paseo. Claro que con los amigos también jugamos o nos vamos de fin de semana, pero quizás (y por desgracia) no sea lo más común. Una escena típica es la de los colegas que se juntan los fines de semana ante una mesa y se ponen a hablar de cómo les va, cotilleos varios y temas de entretenimiento. En ese punto en especial me gustaría pararme.
Una pieza base de mi forma de entender la amistad es la construcción de vivencia y experiencia mutuas. Las amistades que tienden a la constante crítica ajena y el solo recalcar pasados tienden a un mucho mayor desgaste que el que supone el hacer cosas en común o sacar conclusiones de las opiniones de los participantes sobre un tema. Esto, de hecho, ha sido durante años uno de los puntos enriquecedores con más presencia en la «amistad de cafetería»: la combinación de puntos de vista de gente de tu interés y la apertura mental en conversación que supone hablar con alguien en confianza estimulaban el cerebro de los participantes y a la vez estrechaban el lazo por la confidencia y la sensación de que lo ahí extraído era solo de quienes tomábamos parte en esa conversación.
Sin embargo, el nuevo panorama altera bastante el tablero.
Cuando la pantalla se interpone
Si pensáis que voy a hablar de que el teléfono en la mesa entre colegas es un mal a exterminar, podéis íroslo quitando de la cabeza. Lo que de verdad me interesa es el cómo la superexpansión del entretenimiento informativo ha apuñalado a la creación de pensamiento entre amigos de quedar. Veamos cómo (anticipando, eso sí, que no considero negativo de forma individual ninguno de los siguientes factores).
En primer lugar, tenemos la hipersegmentación del consumo de entretenimiento.
El previo modelo de pasatiempo era poco menos que un plato del día: podías elegir entre lentejas, cocido o ensalada si te sentías fuera del perfil mainstream. Esto se traducía en un consumo similar entre los amigos de cafetería, normalmente, con gustos comunes con respecto a qué plato elegir. ¿Qué suponía esto? Que el comentario se realizase sobre una misma información básica, poniéndose en común (bien por percepción, bien por cultura previa, vivencias…) las conclusiones tomadas por cada uno y extrayendo nuevas, comunes. Estas, como decíamos arriba, enriquecían poderosamente las amistades y su sentido.
La situación actual, sin embargo, nos habla de entretenimientos muy concretos y perfilados, que vuelven compleja la antaño muy frecuente situación de que los amigos de cafetería hayan consumido el mismo entretenimiento. Por ejemplo, si antes la fuente de entretenimiento era un programa de televisión de hora punta en canal generalista con 6 millones de espectadores, ahora lo pueden ser perfiles en YouTube o Twitch de diez mil, un hilo viral en Twitter o una serie random que te ha apetecido ver en Netflix.
Esto en sí no debería ser tan devastador, ya que —conociendo la habitual conducta humana de buscar el consumo de productos parecidos para tener cultura común con su entorno— lo más frecuente sería que los amigos de cafetería viesen la misma serie en Netflix. El golpe de verdad lo supone el ingente contenido existente a partir del contenido de primera ingesta.
Analicémoslo a través de un ilustrativo ejemplo.
Ilustrativo ejemplo y posterior comentario ya sabido
Ves una peli y (una vez visionada) te vas a Filmaffinity o a tu app de seguimiento de pelis y series vistas. Lees críticas más o menos profesionales. Te informas de tal escena. Te tragas 25 comentarios del TV Time, o incluso del Megadede; de donde sea: puede que descartes buena parte, pero siempre va a haber alguno que te aporte, o con el que te sientas identificado. Tú comentas, o no, y lees hasta mostrarte satisfecho, sin necesidad de moverte del sofá o la cama, solos tú y tu móvil.
Cuando tiempo después descubres que tu colega ha visto la misma película e intercambiáis impresiones frente a un café, de pronto, no te llena: te resulta trillado lo que cuenta, no te da más, eso que dice ya lo sabías. Normal: te has engullido el comentario de tropecientas personas, incluido alguno que te ha aportado lo que tu acompañante ahora, y la conversación, en cuanto a lo que esta peli se refiere, es insípida, salvo quizás en ese momento en que comentas lo que te ha parecido o has extraído sin tomar en valor nada de lo que el otro te diga. Con suerte, él pensará lo mismo que tú y ambos saldréis de ahí con la sensación de que habéis cumplido quedando, aunque cada vez lo notes más soso (por su culpa, claro).
¿Tan malo es el uso de este tipo de recursos, que haya tanta información y opiniones en la web? Obviamente, no para lo general: las personas tenemos acceso a crecer y aprender de mil sitios y personas distintas; incluso, en teoría, debería abrirnos la mente y el espíritu crítico. Eso sí, esa parte de la amistad se la ha comido. La ha reemplazado.
Por supuesto, no hablamos solo de pelis o series. Con la música el funcionamiento es igual, así como el deporte o incluso lo interpersonal. Todo lo sabemos y, si no lo sabemos, es que eso en específico «no es interesante», «es de paletos» o «es demasiado intensito». Por no hablar de que, de serlo, la información es preferible sacarla de la pantalla, y no de quien tienes delante, ya que «está más contrastado, es más objetivo».
En conclusión
Debemos actuar en consecuencia. Y no: no hablo de ir contra lo imparable.
El nuevo mecanismo es útil, cómodo, potente, ágil, barato, no pone malas caras, no tiene excusas para no quedar y —objetivamente— destroza en prestaciones a cualquier amigo de cafetería, salvo quizás en lo moral.
Me refiero a que empecemos a trabajar lo que se hace con los amigos de cafetería si no queremos ir viendo cómo el tiempo nos deja solos con la pantalla.
Si el hablar de tu vida no aporta nuevo; si el criticar a la gente desgasta la relación y te hace rancio, y ahora el generar opinión común debatiendo de un tema está pasando a estar seriamente dañado, ¿qué le queda a la amistad en persona?
Hacer. Vivir.
Aunque las relaciones digitales y anónimas triunfen por pura inercia, la gente siempre vamos a seguir siendo carne contra carne. Vamos a seguir conviviendo, viendo, tocando a otra gente y vamos a seguir teniendo mil maneras de vivir experiencias comunes.
Aprovechémoslas. No renunciemos a quienes nos acompañan, porque el tiempo da de sobra para el cristal que nos satisface y los cuerpos que nos sonríen y abrazan.
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