En la variedad está el disgusto

Es curioso cómo la abundancia puede generar tanta ansiedad.

Pese a que la gran crisis de este siglo pareció acabar con la bonanza de las últimas décadas, lo cierto es que la variedad de estímulos y productos no ha cesado de aumentar gracias a las nuevas tecnologías y los recursos de nueva era. Además, mientras antiguamente los productos eran caducos, la buena capacidad de lo digital para mantener en perfecto estado productos antiguos y el reformulado gusto por lo retro y lo pasado han conseguido que la variedad de estímulos entre los que podemos elegir sea tan vasta que de ninguna de las maneras podamos llegar a todo. Lo cual resulta bastante frustrante.

El supuestamente creciente tiempo libre se está convirtiendo en un puzle en el que encajar las diferentes vertientes del ocio, siempre teniendo que renunciar a alguna. El número de series pendientes se mezcla con el hype de las nuevas y los libros apilados en la estantería por encima de la consola en la que dejamos aquel juegazo a medias; tenemos listas de Spotify amadas que llevamos 4 años sin abrir y el aplazamiento de la cita con cierta película que nos pusimos con un amigo en marzo de 2018 todavía aparece en este diciembre en forma de algún que otro wasap esporádico. No es fácil llegar a todo, porque el todo es cada vez más inabarcable.

Los intereses crecen y crecen si somos curiosos, y la información que los más curiosos de cada uno de ellos nos dan nos hace más insaciable si cabe esa curiosidad.

Leemos de productos que ni llegamos a consumir. Creemos en la verdad de los resúmenes y las críticas por encima de la realidad de ver un partido en directo.  Y nunca nos llega.

Nos hundimos en la sensación de que se nos escape el momento de algo, al tiempo que descuidamos los de muchas otras cosas que damos por hechas. No valoramos aquello que está planificado, desperdiciando tardes con amigos en base a quejarnos de aquello sobre lo que hemos visto a otra gente quejarse para, en los incisos, ir pasando Insta Stories a velocidad de crucero.

Tenemos tanto, tantísimo, que no damos abasto y —en lugar de estar contentos por esa riqueza de entretenimiento y posibilidades— nos amargamos. Frustrados. Desaprovechados. Incapaces.

Decía el refrán que en la variedad está el gusto. Los tiempos cambian y los refranes con ellos: a día de hoy, cualquiera diría que en la variedad está justo lo contrario.

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¿Tú qué piensas? ¿Esta variedad de estímulos es una bendición o todo lo contrario? ¿Te frustra no llegar a todo o agradeces la profundidad de las cuatro o cinco cosas a las que te dedicas más plenamente? Cuéntanos.

Podéis mencionarme también en redes sociales (@osgonso) y compartirlo si consideráis que puede ser de utilidad. Por lo pronto, muchas gracias por leer ^^

La crisis de la realidad informativa en la era 3.0

Hoy vamos a ir más allá de las pasadas entradas criticando la realidad de una prensa que pone por delante la aprobación del público a la objetividad. La relevancia de este post se encontrará en el análisis de cómo la llegada de la participación del usuario en la realidad informativa ha afectado a lo que teóricamente se consideraba lo más importante.

El nuevo paradigma

Empezamos por la parte buena, que es mucha y digna de aplauso. De un tiempo a esta parte las web 2.0 y 3.0 se han coronado como las reinas del panorama tanto informativo como de la red.

Sin entrar en formalidades, los conceptos hacen referencia a que el usuario pasó de tener una actuación pasiva en los contenidos que recibían en internet para tanto personalizarlos con su movimiento por ella, como para ser capaz de aportar contenido propio en página ajena. Asimismo, en línea con ello, el uso de smartphones y dispositivos móviles extendieron las horas de uso y consumo a las llamadas 24/7. Pasamos de tener grandes limitaciones en la libertad de información y opinión a prácticamente poder hacerlo en cualquier parte.

Si bien las redes sociales en general son las principales protagonistas de este cambio, su potencia las traspasa. El panorama informativo, en particular, se ha visto tremendamente sacudido por él en tres grandes aspectos:

• La necesidad de ofrecer constante contenido a gente que, a cada momento libre, pide más. La competencia es elevada y, de no ofrecerlo, es fácil perder al usuario y observar cómo se queda con las demás informaciones.

• La necesidad de instantaneidad. Si la noticia no es rápida, para cuando se llegue, el consumidor ya habrá sacado la información de la competencia.

• La participación de la gente anónima con el comentario público. Cada noticia y publicación en redes tiene su posibilidad de comentario, siendo la moderación complicada e incluso criticada. Además, la popularidad de Twitter como principal medio de información en directo ha vuelto el número de rivales mediáticos interminable.

Los tres aspectos conducen a tres conclusiones claras: hay que producir más, más rápidamente y de forma que al público le guste.

¿Y en qué repercute esto? En una clara pérdida de calidad y objetividad: sin tiempo al contraste (antaño, imprescindible), en las redes se sube lo primero que se escucha o ve, lo que aparenta ser, tomándose como verdad por un público que, si bien —se supone— tiene mejor capacidad crítica que antes, no tiene tiempo para ponerla en práctica con cada pequeña información de la enorme marabunta de datos nuevos.

El papel de la prensa ha sido analizado de sobra en posts como este, así que centrémonos hoy en el papel de la gente ajena al periodismo, pero que participa.

El bello intrusismo popular

Tal y como decíamos arriba, una de las características top de la generación 2.0 y 3.0 en cuanto a realidad informativa es el que la gente hayamos tenido acceso no solo al poder comentar, sino al que nuestro contenido sea parte de la información en páginas ajenas.

Esto es una auténtica realidad disruptiva en el sector informativo, ya que antes el acceso estaba muy limitado, o al menos bastante, a profesionales del sector. Si bien podíamos ver a algún experto infiltrado hacer una crónica en un diario de tirada nacional sin conocimientos de la titulación, la realidad informativa estaba constituida en su práctica totalidad por periodistas. A día de hoy, cualquiera puede informar, siendo una gran noticia en el plano de que la información sea democrática y, a la vez, una mala en el campo del intrusismo, la falta de profesionalidad y la habitual ausencia de espíritu de contraste de la información. Es cierto que el oficio periodístico ha sido merecidamente denostado tras décadas en las que hemos sufrido desde paparazzis hasta contertulios del Chiringuito, pero —al igual que con tantas otras— el trabajo del profesional formado hay que respetarlo por cosas tan importantes como las bases imprescindibles del oficio.

Lo que estamos viviendo es cómo la sociedad estamos pasando la batuta de la información de profesionales que, presumiblemente, contrastaban y contaban buscando la objetividad a gente que solo busca la atención o su popularidad.

Obviamente, muchos —incluido yo, eh— estaremos pensando: «Pero es que los que tú llamas profesionales están vendidos a lo instantáneo sin contrastar, a la alta producción sin calidad, al populismo que les dé visitas y a la falta de todas las banderas con las que un día el periodismo se cubrió». Yo diría que sí.

Claro que, por otra parte, la radicalización de estos males se ha producido —precisamente— por no haber exigido nosotros una calidad, a base de o dar coba del contenido malo.

Cuando vemos en un programa de tertulia a gente que no es periodista, sino famosa de mediopelo, decimos que qué hace ahí esa. Sin embargo, no es solo que al típico tuitero quedabién que nos viene con determinada noticia habitualmente injusta —extraída de alguien que le ha hablado y sin contraste alguno— le aplaudamos con la palma de los pies, sino que encima nos tragamos el programa de tertulia o las noticias sobre él.

En cualquier caso, no creáis que este es un post de defensa a los periodistas, cuando lo que estamos viendo en cuanto a ellos es una constante lamida de culo dorada de píldora al consumidor engullenoticias, así tenga que ir contra sus principios. De verdad creo que el periodismo con mayúsculas puede haber firmado ya su propia sentencia de muerte.

El momento del pensamiento propio

Si algo quiero recordar y dejar patente es la importancia que a día de hoy tiene nuestra capacidad crítica. Cuando se dice que tenemos algunas de las sociedades más formadas de la historia, no solo debemos acordarnos de aquellas personas tituladas y profesionales que no encontramos empleo, de la fuga de talento y otros tantos otros dolores de corazón: hablamos también de sociedades en las que se supone que se ha trabajado un espíritu crítico, la capacidad de distinguir la realidad objetiva de la información condicionada y el saber entender qué es entretenimiento y qué es información.

No podemos olvidar qué es cada cosa. Si nunca hubiésemos hecho caso a Mr. Bean de hablarnos sobre el tiempo, no le demos la razón absoluta a cualquier desconocido en ciertos temas solo por habernos hecho reír con veinte tuits este año. Si siempre hemos vendido que hay mucho tonto suelto, no creamos que porque los veinte comentarios de anónimos al fondo de las noticias se metan con el mismo tiene que ser la verdad divina. Y si para que nos condenen tenemos derecho a defendernos y a la presunción de inocencia, no condenemos a quienes no hemos dejado ni explicarse.

Puede que para algunos la realidad informativa o la verdad sea solo entretenimiento. Pero si no somos de ellos, este es el momento para demostrar que nuestro pensamiento es propio y no de cualquiera.

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Cómo no puede ser de otra manera en un post sobre la opinión de terceros, os invito a participar de este asunto. ¿Eres todavía un defensor del viejo modelo de periodismo reposado y de calidad? ¿Crees que la abundancia de noticias es más importante que el contraste de ellas? ¿Contemplas la realidad social como un entretenimiento más?

No lo dudes: comenta aquí abajo, comparte con quien lo creas conveniente o simplemente dale like por falta de tiempo. Muchas gracias por leer.

Matando amigos de cafetería

La vorágine de datos recibidos como entretenimiento vive un crecimiento continuado. Las personas nos estamos habituando cada vez más al obtener la información que nos interesa de la web, cuando antes la construíamos a partir de nuestros conocidos y amigos. Pero vamos: se supone que la nueva situación es más beneficiosa e imparcial, y los temas morales ya lo hemos tratado en los populares post sobre la muerte del conocimiento personal no certificado.

La entrada de hoy va dedicada a una de las consecuencias del cambio de modelo, el punto de inflexión que vive la amistad.

La amistad de cafetería

Resulta evidente que a valores antes intocables como la familia, la pareja o la amistad no les ha sentado nada bien la actual sociedad individualista. Si bien esta última suele representarse con importantes actos de fidelidad, sacrificios varios o escapadas una vez al año, el concepto central de la amistad en las últimas décadas seguramente sea algo tan básico como el quedar.

Quedar, por frecuencia, suele moverse entre tomar algo y charlar o dar un paseo. Claro que con los amigos también jugamos o nos vamos de fin de semana, pero quizás (y por desgracia) no sea lo más común. Una escena típica es la de los colegas que se juntan los fines de semana ante una mesa y se ponen a hablar de cómo les va, cotilleos varios y temas de entretenimiento. En ese punto en especial me gustaría pararme.

Una pieza base de mi forma de entender la amistad es la construcción de vivencia y experiencia mutuas. Las amistades que tienden a la constante crítica ajena y el solo recalcar pasados tienden a un mucho mayor desgaste que el que supone el hacer cosas en común o sacar conclusiones de las opiniones de los participantes sobre un tema. Esto, de hecho, ha sido durante años uno de los puntos enriquecedores con más presencia en la «amistad de cafetería»: la combinación de puntos de vista de gente de tu interés y la apertura mental en conversación que supone hablar con alguien en confianza estimulaban el cerebro de los participantes y a la vez estrechaban el lazo por la confidencia y la sensación de que lo ahí extraído era solo de quienes tomábamos parte en esa conversación.

Sin embargo, el nuevo panorama altera bastante el tablero.

Cuando la pantalla se interpone

Si pensáis que voy a hablar de que el teléfono en la mesa entre colegas es un mal a exterminar, podéis íroslo quitando de la cabeza. Lo que de verdad me interesa es el cómo la superexpansión del entretenimiento informativo ha apuñalado a la creación de pensamiento entre amigos de quedar. Veamos cómo (anticipando, eso sí, que no considero negativo de forma individual ninguno de los siguientes factores).

En primer lugar, tenemos la hipersegmentación del consumo de entretenimiento.

El previo modelo de pasatiempo era poco menos que un plato del día: podías elegir entre lentejas, cocido o ensalada si te sentías fuera del perfil mainstream. Esto se traducía en un consumo similar entre los amigos de cafetería, normalmente, con gustos comunes con respecto a qué plato elegir. ¿Qué suponía esto? Que el comentario se realizase sobre una misma información básica, poniéndose en común (bien por percepción, bien por cultura previa, vivencias…) las conclusiones tomadas por cada uno y extrayendo nuevas, comunes. Estas, como decíamos arriba, enriquecían poderosamente las amistades y su sentido.

La situación actual, sin embargo, nos habla de entretenimientos muy concretos y perfilados, que vuelven compleja la antaño muy frecuente situación de que los amigos de cafetería hayan consumido el mismo entretenimiento. Por ejemplo, si antes la fuente de entretenimiento era un programa de televisión de hora punta en canal generalista con 6 millones de espectadores, ahora lo pueden ser perfiles en YouTube o Twitch de diez mil, un hilo viral en Twitter o una serie random que te ha apetecido ver en Netflix.

Esto en sí no debería ser tan devastador, ya que —conociendo la habitual conducta humana de buscar el consumo de productos parecidos para tener cultura común con su entorno— lo más frecuente sería que los amigos de cafetería viesen la misma serie en Netflix. El golpe de verdad lo supone el ingente contenido existente a partir del contenido de primera ingesta.

Analicémoslo a través de un ilustrativo ejemplo.

Ilustrativo ejemplo y posterior comentario ya sabido

Ves una peli y (una vez visionada) te vas a Filmaffinity o a tu app de seguimiento de pelis y series vistas. Lees críticas más o menos profesionales. Te informas de tal escena. Te tragas 25 comentarios del TV Time, o incluso del Megadede; de donde sea: puede que descartes buena parte, pero siempre va a haber alguno que te aporte, o con el que te sientas identificado. Tú comentas, o no, y lees hasta mostrarte satisfecho, sin necesidad de moverte del sofá o la cama, solos tú y tu móvil.

Cuando tiempo después descubres que tu colega ha visto la misma película e intercambiáis impresiones frente a un café, de pronto, no te llena: te resulta trillado lo que cuenta, no te da más, eso que dice ya lo sabías. Normal: te has engullido el comentario de tropecientas personas, incluido alguno que te ha aportado lo que tu acompañante ahora, y la conversación, en cuanto a lo que esta peli se refiere, es insípida, salvo quizás en ese momento en que comentas lo que te ha parecido o has extraído sin tomar en valor nada de lo que el otro te diga. Con suerte, él pensará lo mismo que tú y ambos saldréis de ahí con la sensación de que habéis cumplido quedando, aunque cada vez lo notes más soso (por su culpa, claro).

¿Tan malo es el uso de este tipo de recursos, que haya tanta información y opiniones en la web? Obviamente, no para lo general: las personas tenemos acceso a crecer y aprender de mil sitios y personas distintas; incluso, en teoría, debería abrirnos la mente y el espíritu crítico. Eso sí, esa parte de la amistad se la ha comido. La ha reemplazado.

Por supuesto, no hablamos solo de pelis o series. Con la música el funcionamiento es igual, así como el deporte o incluso lo interpersonal. Todo lo sabemos y, si no lo sabemos, es que eso en específico «no es interesante», «es de paletos» o «es demasiado intensito». Por no hablar de que, de serlo, la información es preferible sacarla de la pantalla, y no de quien tienes delante, ya que «está más contrastado, es más objetivo».

En conclusión

Debemos actuar en consecuencia. Y no: no hablo de ir contra lo imparable.

El nuevo mecanismo es útil, cómodo, potente, ágil, barato, no pone malas caras, no tiene excusas para no quedar y —objetivamente— destroza en prestaciones a cualquier amigo de cafetería, salvo quizás en lo moral.

Me refiero a que empecemos a trabajar lo que se hace con los amigos de cafetería si no queremos ir viendo cómo el tiempo nos deja solos con la pantalla.

Si el hablar de tu vida no aporta nuevo; si el criticar a la gente desgasta la relación y te hace rancio, y ahora el generar opinión común debatiendo de un tema está pasando a estar seriamente dañado, ¿qué le queda a la amistad en persona?

Hacer. Vivir.

Aunque las relaciones digitales y anónimas triunfen por pura inercia, la gente siempre vamos a seguir siendo carne contra carne. Vamos a seguir conviviendo, viendo, tocando a otra gente y vamos a seguir teniendo mil maneras de vivir experiencias comunes.

Aprovechémoslas. No renunciemos a quienes nos acompañan, porque el tiempo da de sobra para el cristal que nos satisface y los cuerpos que nos sonríen y abrazan.