Publico El mar oscuro

Supongo que llega tarde; de hecho, doy por eso que así es. No por ello, este anuncio me genera menos emoción. Y es que acaba de ver la luz El mar oscuro.

El mar oscuro es mi colección de relatos original. El mar oscuro es de donde vengo y lo que ya no soy. Son los primeros relatos que he escrito cuando me inicié en esto, más allá de aquellos esporádicos en la primera adolescencia.

Han pasado quince años desde el primero, y recuerdo mis comienzos con una mezcla entre nostalgia triste e ilusión infantil. Me siento muy diferente a aquel que escribió esto. Sin embargo, supongo que ambos compartimos más que vida. Compartimos la esperanza que nos daba escribir, la sensación de que valíamos para algún día nuestra pasión pudiese hacerse un trabajo, un oficio del que vivir.

A día de hoy, siento que no sé si llegará ese día. Peleo en concursos que solo muy de vez en cuando me dan alegrías, como en el Bellvei Negre o el Homocrisis, pero (pese a los éxitos) sigo sin ver la posibilidad de que una editorial apueste por alguien que se dedica a escribir y no a vender.

En eso también coincido con mi versión de cuando El mar oscuro: él quería escribir, y consiguió un libro de relatos adecuado para la realidad de su edad y época. No tuvo la oportunidad: si fuese justa la cosa, por calidad; en verdad, por la falta de la popularidad que a otra gente menos dotada literariamente sí le hace poderse ver en un estante de librería. Yo sí le estoy dando hoy la oportunidad, porque no merece menos.

Como siempre, creo que Amazon y la autopublicación no son el destino que me gustaría. Quiero publicar por editorial: contribuir al sector, que otra gente pueda ganar dinero, que haya puestos de trabajo en la edición, en la impresión, en la distribución. Por ello, no lanzo todo lo que tengo para dar. Doscientos relatos mueren en un pendrive, volviéndose obsoletos con más y más años sangrando por sus costados; mis novelas no publicadas se vuelven de otra época poquito a poquito. Pero es que mi esperanza de que acabe pudiendo ser publicado no muere, aunque esté apaleada. La de ese chico que fui yo creo que sí murió, y por ello quiero rendirle homenaje visibilizándola.

El mar oscuro es, al igual que mi versión adolescente de escritor, un libro de tragedia. Diez historias con un matiz adolescente en las que diez personajes encabezan una marcha al abismo en una ciudad nublada. En ella se esconde el misterio: qué hay detrás de un sonido nocturno inexplicable, qué busca una niña huérfana a cientos de kilómetros de su orfanato, qué se ve en la distancia más allá del blanco y negro que todo lo cubre. En ella se esconde el querer: a quien no puede quererte, a quien ha partido, a quien no es quien crees. En ella se esconde el terror: de lo inexplicable, de lo inesperado y de lo que no se quiere entender.

Todo lo guarda esa mirada cándida pero intensa que aquel que fui tenía y que hoy al fin va a poder ser escuchado. El mar oscuro se une a True Man y pasa a estar disponible en Amazon en su versión digital y en tapa blanda.

2021 y nada

Decía en 2020 que se iba, y 2021 esperaba. Supongo que esto es 2021. 2021 y nada.

No ha sido un mal año para quien escribe. Lo sé porque no lo recuerdo. Supongo que eso es malo, pero no lo hace tal; supongo que debería acordarme, pero no lo hago. No. Pese estar aún pisándolo con las piernas sin heridas, ni cicatrices, ni resto de barro seco.

Lo empecé mal. Sí, lo recuerdo. Recuerdo dormir mucho, hablar poco, dormir más. No toqué fondo. Lo sé porque mi fondo lo encontré hace años, y no: no creo que vuelva a semejante profundidad abisal en mi vida. Pero, reconozco, estuvo la cosa complicada. Me hubiese gustado el apoyo ajeno al de mis dos casas, pero ya se sabe: a quien mucho apoya, a quien rebosa confianza, a quien siempre está parece que nunca le hace falta. La hizo y no se estuvo. Ahora, ya está.

Sé que salí pronto, marzo tal vez. Pero lo sé porque estoy fuera más que por tener en mente la escalera o el brazo que me sujetó la muñeca y tiró de mí. Sé que fuera fui feliz: como para no serlo, con la gente que a mi lado camina (os quiero, sois geniales, solo puedo dar gracias por teneros). Vi lugares preciosos, caminé por cientos de verdes y encontré paisajes hermosos sin necesidad de lanzar la vista mucho más allá. A veces, la conversación vuelve a ello y yo sé de lo que se me está hablando, y sonrío, y qué bien que lo hemos pasado. Me fastidia no poder traerla por mí mismo.

¿Será que el constante estímulo me ha vuelto incapaz de retenerlo? Porque no creo que tanta diversión y alegría sea como para tropezar así en su traída de vuelta. Y, sin embargo, pienso en las cosas que me pasaron y la mitad son del año anterior. No entiendo qué ocurre. Supongo que entiendo cada vez menos, y eso es algo que no entiendo.

Quizás por ello, veo al 2022 llegar, ya esta noche, y (sin hacerlo bajo la lente de los propósitos de año nuevo) pienso que no puede ser que la siguiente publicación se llame como él y no diga más que olvidos. He de recordarme. He de escribir. He de leer, ver, viajar, jugar, ganar, hacer cosas nuevas. Como este año lo he hecho, pero volviendo a tenerme en mente. He de volver a tener algo que decir que soy, porque no se puede ser menos que lo que a día de hoy puedo decir de mí, que tanto me he dado y ahora no sé si lo hago.

2021 se va. Sin pena, ni gloria, lo veo marcharse.

2022 ya viene. Espero que llegue para quedarse en mí.

2020

Guste o no, 2020 va ser uno de esos años que recordaremos para el resto de nuestras vidas. Es por ello que, no habiendo publicado tanto en WordPress por los motivos que a continuación os comentaré, me gustaría despedirlo con un post de cierre en el que pueda dejar alguna de mis principales sensaciones de este año.

Escritura

Empiezo por la escritura porque creo que el corona no le ha ganado.

Sin duda, ha sido un año muy representativo para mí. Por un lado, ha tenido una de mis grandes victorias literarias, que es la publicación del True Man. Victoria en que la única competencia era yo mismo, y quizás por ese rival —tan duro mentalmente hablando— me sabe mejor. Como sabéis, soy un habitual de los concursos y un defensor de la editorial, razones por las que me ha costado tanto publicar algo por mi cuenta. Esa barrera se ha roto con esta novela corta que, sabiendo que no tendría cabida por duración en los otros dos lugares, merecía salir a la luz sin morirse en el cajón. Lo hice por ella y el que ganó fui yo, me siento feliz.

Mi trabajo ajeno a la escritura, por el que me siento plenamente agradecido en un año tan complicado para la sociedad en este aspecto, me ha permitido a la vez poder seguir felizmente independizado y tener tiempo de sobra fuera de él para dedicarme a proyectos largos. Así, he revisado y registrado 3 novelas de los últimos años, así como me encuentro a mitad de la escritura de la precuela de una de ellas. Destacaría la finalización de mi primera, que en 2009 había dejado estancada a un par de capítulos del clímax y que ahora tiene merecido final y completa renovación. Un trabajo nostálgico como seguramente lo haya sido este año.

Al 2021 le pido que siga pudiendo dedicarme como lo hago a ello, porque sé que los éxitos siempre acaban alcanzando a quien se esfuerza y lo vale.

Pandemia

El virus es un ladrón que a todos nos ha quitado.

A mí, me ha quitado el poder volver a ver a mi familia cuando quiera. El disfrutar del sol en la cara. Me ha quitado el poder quedar con mis amigos y seguir teniendo esa amistad de hacer y no de contar, la cual es casi emblema de mi concepto de ella.

A cambio, yo (que no el corona, como siempre le he llamado) me he dado mucho. Independencia. El verme más y más unido a mis dos compañeras de piso, más contento que nunca en él. Una hora y media de tiempo que perdía entre ir y volver a la oficina. Experimentos culinarios riquísimos. Y mucho tiempo para crecer internamente.

Lo único que me ha dado la pandemia es una lección. Antes del confinamiento, yo creía que era una exageración: un miedo exagerado y absurdo que había hecho daño en China e Italia, pero que aquí quedaría en nada. A día de hoy, iría con la mascarilla a 50 grados sin un mínimo gruñido, profundamente arrepentido de que en mi recuerdo preconfinamiento me escuche decir cosas como que «ya les vale de acojonar a la gente cuando esto es una gripecilla». La cura de humildad ha sido enorme y sigo sintiéndome culpable por ello. No porque a la mitad de gente le haya pasado lo mismo me duele menos.

A día 31 de diciembre, no veo el momento en el que pueda volver a mirar a la gente a la cara por la calle y no sentir esa mezcla de desconfianza y búsqueda de saber si conoce o no a la persona que tienen delante. Me gustan las miradas, pero ay: las miradas sin medio rostro son menos miradas.

Independencia

El último punto es la independencia por méritos propios y en múltiples aspectos.

Pese a llevar tres años pasando la semana en mi piso de alquiler, la realidad es que siempre me he sentido bajo el perfecto amparo de unos padres a los que veía cada finde. Tras casi cuatro meses sin verlos, al fin siento que sí estoy independizado, que sí tengo una vida que ya corre a un lado de la suya y no junto a ellos y eso creo que es una gran alegría para los tres. Creo que han luchado mucho por tener a un hijo que pudiese valerse por si mismo, tras una postcrisis económica anterior que me había vuelto muy difícil encontrar trabajo pese a mis capacidades. Ahora, eso se acabó y al fin me siento un adulto, siempre más joven de lo que marca mi DNI, sí, pero ya libre de hacer mi vida a mi modo.

Con independencia también me refiero a la de relaciones. Los compromisos de estar o no han pasado a ser «estoy porque quiero» mutuos y sanos, lo cual me hace sumamente feliz. Las charlas por WhatsApp se extienden con huecos de varios días que ni a mí me importa que me dejen, ni a las personas que quiero a mi lado molestan tampoco: ¿qué prisa hay cuando nada que hacer juntos podemos? Siento que he alcanzado en ese aspecto la libertad de utilización de la tecnología de comunicación y ocio a casi libre albedrío, y eso es algo hermoso tras una época en que la necesidad de estar conectado era omnipresente. Quiero vivir así, porque ya bastante poca libertad nos deja la situación social.

Por último, creo que me he vuelto más independiente en forma de pensar. Pienso que el estar alejado de la tralla del mass media y de la gente soltando evidencias y cuñaladas me ha vuelto como más libre de dar opiniones puntuales a los temas a los que la gente da una importancia que con el tiempo resulta efímera. Abierto lo era antes: lo vengo siendo desde hace unos años; pero ahora sí me encuentro casi libre opinador, ya que tengo la libertad de reconocerme ignorante en ciertos aspectos al tiempo que mi cabeza tiene la capacidad para extrapolarlos a planos generales que los dejan simples y llanos lejos de las interferencias de la sobreinformación.

En resumen…

Siento que soy un superviviente pleno de un 2020 socialmente terrible. Que mi avión se ha estrellado, pero yo no solo estoy sano y salvo, sino caminante y feliz dentro de lo que las miserias del corona dejan.

Mucha gente deja atrás este año con la sensación de que está mandando a tomar por saco a la razón de todos sus males. Aunque no sé yo, estaría bien.

En mi caso, lo recordaré con la nostalgia del tiempo con mis compañeras de piso, con los daños, errores y victorias, que me ha traído y con la certeza de saber que a 31 de diciembre ya quedaba menos para que volviésemos a ser libres de decidir si estar dentro, fuera, con el sol en la cara o las sonrisa en esta, ya descubierta.

El 2020 se va. El 2021 espera.

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Recordad que si queréis aportar algo sobre vuestro año podéis hacerlo a vuestro gusto en el espacio inferior para comentarios, o compartirlo en redes mencionándome con el @osgonso de siempre.

Espero que el nuevo año os traiga muchas alegrías.