2020

Guste o no, 2020 va ser uno de esos años que recordaremos para el resto de nuestras vidas. Es por ello que, no habiendo publicado tanto en WordPress por los motivos que a continuación os comentaré, me gustaría despedirlo con un post de cierre en el que pueda dejar alguna de mis principales sensaciones de este año.

Escritura

Empiezo por la escritura porque creo que el corona no le ha ganado.

Sin duda, ha sido un año muy representativo para mí. Por un lado, ha tenido una de mis grandes victorias literarias, que es la publicación del True Man. Victoria en que la única competencia era yo mismo, y quizás por ese rival —tan duro mentalmente hablando— me sabe mejor. Como sabéis, soy un habitual de los concursos y un defensor de la editorial, razones por las que me ha costado tanto publicar algo por mi cuenta. Esa barrera se ha roto con esta novela corta que, sabiendo que no tendría cabida por duración en los otros dos lugares, merecía salir a la luz sin morirse en el cajón. Lo hice por ella y el que ganó fui yo, me siento feliz.

Mi trabajo ajeno a la escritura, por el que me siento plenamente agradecido en un año tan complicado para la sociedad en este aspecto, me ha permitido a la vez poder seguir felizmente independizado y tener tiempo de sobra fuera de él para dedicarme a proyectos largos. Así, he revisado y registrado 3 novelas de los últimos años, así como me encuentro a mitad de la escritura de la precuela de una de ellas. Destacaría la finalización de mi primera, que en 2009 había dejado estancada a un par de capítulos del clímax y que ahora tiene merecido final y completa renovación. Un trabajo nostálgico como seguramente lo haya sido este año.

Al 2021 le pido que siga pudiendo dedicarme como lo hago a ello, porque sé que los éxitos siempre acaban alcanzando a quien se esfuerza y lo vale.

Pandemia

El virus es un ladrón que a todos nos ha quitado.

A mí, me ha quitado el poder volver a ver a mi familia cuando quiera. El disfrutar del sol en la cara. Me ha quitado el poder quedar con mis amigos y seguir teniendo esa amistad de hacer y no de contar, la cual es casi emblema de mi concepto de ella.

A cambio, yo (que no el corona, como siempre le he llamado) me he dado mucho. Independencia. El verme más y más unido a mis dos compañeras de piso, más contento que nunca en él. Una hora y media de tiempo que perdía entre ir y volver a la oficina. Experimentos culinarios riquísimos. Y mucho tiempo para crecer internamente.

Lo único que me ha dado la pandemia es una lección. Antes del confinamiento, yo creía que era una exageración: un miedo exagerado y absurdo que había hecho daño en China e Italia, pero que aquí quedaría en nada. A día de hoy, iría con la mascarilla a 50 grados sin un mínimo gruñido, profundamente arrepentido de que en mi recuerdo preconfinamiento me escuche decir cosas como que «ya les vale de acojonar a la gente cuando esto es una gripecilla». La cura de humildad ha sido enorme y sigo sintiéndome culpable por ello. No porque a la mitad de gente le haya pasado lo mismo me duele menos.

A día 31 de diciembre, no veo el momento en el que pueda volver a mirar a la gente a la cara por la calle y no sentir esa mezcla de desconfianza y búsqueda de saber si conoce o no a la persona que tienen delante. Me gustan las miradas, pero ay: las miradas sin medio rostro son menos miradas.

Independencia

El último punto es la independencia por méritos propios y en múltiples aspectos.

Pese a llevar tres años pasando la semana en mi piso de alquiler, la realidad es que siempre me he sentido bajo el perfecto amparo de unos padres a los que veía cada finde. Tras casi cuatro meses sin verlos, al fin siento que sí estoy independizado, que sí tengo una vida que ya corre a un lado de la suya y no junto a ellos y eso creo que es una gran alegría para los tres. Creo que han luchado mucho por tener a un hijo que pudiese valerse por si mismo, tras una postcrisis económica anterior que me había vuelto muy difícil encontrar trabajo pese a mis capacidades. Ahora, eso se acabó y al fin me siento un adulto, siempre más joven de lo que marca mi DNI, sí, pero ya libre de hacer mi vida a mi modo.

Con independencia también me refiero a la de relaciones. Los compromisos de estar o no han pasado a ser «estoy porque quiero» mutuos y sanos, lo cual me hace sumamente feliz. Las charlas por WhatsApp se extienden con huecos de varios días que ni a mí me importa que me dejen, ni a las personas que quiero a mi lado molestan tampoco: ¿qué prisa hay cuando nada que hacer juntos podemos? Siento que he alcanzado en ese aspecto la libertad de utilización de la tecnología de comunicación y ocio a casi libre albedrío, y eso es algo hermoso tras una época en que la necesidad de estar conectado era omnipresente. Quiero vivir así, porque ya bastante poca libertad nos deja la situación social.

Por último, creo que me he vuelto más independiente en forma de pensar. Pienso que el estar alejado de la tralla del mass media y de la gente soltando evidencias y cuñaladas me ha vuelto como más libre de dar opiniones puntuales a los temas a los que la gente da una importancia que con el tiempo resulta efímera. Abierto lo era antes: lo vengo siendo desde hace unos años; pero ahora sí me encuentro casi libre opinador, ya que tengo la libertad de reconocerme ignorante en ciertos aspectos al tiempo que mi cabeza tiene la capacidad para extrapolarlos a planos generales que los dejan simples y llanos lejos de las interferencias de la sobreinformación.

En resumen…

Siento que soy un superviviente pleno de un 2020 socialmente terrible. Que mi avión se ha estrellado, pero yo no solo estoy sano y salvo, sino caminante y feliz dentro de lo que las miserias del corona dejan.

Mucha gente deja atrás este año con la sensación de que está mandando a tomar por saco a la razón de todos sus males. Aunque no sé yo, estaría bien.

En mi caso, lo recordaré con la nostalgia del tiempo con mis compañeras de piso, con los daños, errores y victorias, que me ha traído y con la certeza de saber que a 31 de diciembre ya quedaba menos para que volviésemos a ser libres de decidir si estar dentro, fuera, con el sol en la cara o las sonrisa en esta, ya descubierta.

El 2020 se va. El 2021 espera.

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Recordad que si queréis aportar algo sobre vuestro año podéis hacerlo a vuestro gusto en el espacio inferior para comentarios, o compartirlo en redes mencionándome con el @osgonso de siempre.

Espero que el nuevo año os traiga muchas alegrías.

Despidiendo a Zafón

Cuando me preguntan por mis ídolos, suele costarme mucho posicionarme. Por alguna razón, pese a ser fan de cierta muy poca gente, no los considero como referentes para mí.

Ayer nos dejaba Carlos Ruiz Zafón. Y con él sí se me va un ídolo.

Decía ayer en mi Twitter —tan abandonado que ni siquiera he anunciado aún el True Man— que habrá quien me mire mal por admirar a alguien así dedicándome a esto. Al fin y al cabo, es una persona que a los 55 se ha quedado en solo 8 novelas publicadas (4 adolescentes y una tetralogía), frente a gente que sale a libro cada año o dos, con tiempo para hacer programas de radio, televisión o vídeo y ser poco menos que influencers. Y yo, entonces, pienso: ¿en qué momento se ha vuelto criticable admirar al escritor que pasa de masas y se dedica a vivir su vida y escribir porque quiere y no porque tiene que hacerlo? Mataría ese momento. Ya lo que creo que mataría ese momento.

En cualquier caso, yo no admiro a Zafón por su rutina diaria. No conozco a la persona detrás y —aunque admito que me entra la risa floja al pensar en su modo de vida— no me vería viviendo en Beverly Hills tan ancho sin darle caña a lo de publicar más para que algo de mí quede a mi adiós.

Yo admiro a Zafón por ser de las personas que más me ha hecho sentir entre letras.

Admiro a Zafón por las imágenes. Admiro a Zafón por los personajes. Admiro a Zafón por los escenarios y lugares. Admiro a Zafón por los momentos. Y admiro a Zafón porque, tras tanto espacio sin nuevas cosas suyas que leer, sigue viniendo a mi mente y conversaciones cada vez que la palabra favoritos aparece en torno a aquella de escritores.

Hoy te digo adiós, referente, pero sé que en el fondo vas a quedarte muy cerca. Ya que, aunque sea poco menos que tu cielo, tus obras nunca acabarán en el Cementerio de los Libros Olvidados.

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No dudes en comentar o compartir con el @osgonso. Está claro que, si has llegado hasta aquí, tú también tienes algo por lo que recordar a esta persona.

Por el miedo a equivocarnos

Una de las características más infravaloradas de la nueva sociedad es, sin duda, la memoria. El que los conocimientos, el pasado y la ciencia hayan pasado de estar ubicados en bibliotecas, hemerotecas y mentes a estarlo en cualquier lugar del planeta con una conexión a internet nos ha permitido tener disponible la sabiduría de millones a 3 clics de distancia. A mi ver, un top 5 de salto como sociedad más importante de siempre.

Sin embargo, el precio a pagar por tanto bien es uno que estos días de confinamiento me reconcome: la muerte del perdón y del olvido.

Hace dos posts, escribía sobre el cómo la prensa se estaba aprovechando de la situación con el coronavirus para ganar audiencia. La sobreinformación de esos días, el sensacionalismo y la aparente falta de movilización política hacía que el error fuese una plaga más agresiva que el propio virus. Y yo mismo caí en las sensaciones de que se estaba alarmando en demasía, no por no saber de su potencialidad de llegar a una cantidad abismal de gente, sino por las medidas que podían llegar a afectarnos como sociedad.

Ahora, vamos hacia el mes de estar confinados en nuestras casas, con las calles vacías, sin ver a nuestros amigos y familiares en la mayor parte de casos. A lo largo de este tiempo, he recorrido la ciudad desolada en hora punta para ir a trabajar; la Policía me ha echado bronca por ir demasiado cerca de mi compañera de piso de camino a un coche en el que íbamos a estar a centímetros, minutos después de haber intentado convencer al jefe para que nos dejasen trabajar desde casa y no tener que salir; he agradecido subir y bajar los seis pisos del edificio para poder estar 30 segundos fuera tirando la basura en el contenedor de enfrente al amparo de la noche vacía; he oído a mi madre decir que no dejan a sus nietas acercarse a ella o mi padre por seguridad; he visto como la única muestra del gran festivo de la ciudad era el supermercado de enfrente cerrado.

Y todo esto habiendo dicho hace tres semanas que no era para tanto.

Claro que los ratios de mortalidad siguen siendo los que son, y claro que el que el número de personas fallecidas obedece a lo descomunal del número de contagios más que a su letalidad, pero que el mundo entero se vaya a parar en algún momento por esto, que hayamos visto detenido gran parte de lo que nos hace sociedad por algo, es suficiente como para reflexionar sobre nuestras equivocaciones.

Escribiendo un poco más arriba, un vehículo de emergencias ha parado delante de casa para atender a una llamada en el edificio de enfrente. Ver a las dos chicas prácticamente embaladas como un palé de supermercado cambiándose esa especie de mandil que llevan en el coche y desechándolo para ponerse otro mientras esperan a que arriba hagan lo que tienen que hacer para que ellas puedan entrar impresiona y hace que solo quieras gritarles ánimos.

Pero hace tres semanas yo dije que no era para tanto.

Evidentemente, el mal de muchos consuela a algunos, y saber que a tantos les ha pasado hace sentir menos culpable. Sin embargo, la memoria digital de aquellos días hace que te plantees qué ‘vendiste’ en algún momento; esas últimas conversaciones con los vecinos, con los compañeros, en que decías que se iba a dar llevado bien te resuenan en la cabeza.

Y, claro: sí que hay un cierto pacto de perdón social a todos los que nos equivocamos. Como aquellos que lapidaron a un inocente, y luego se consolaron con el «bueno, todos pensaban lo mismo, es normal que me confundiese». Pero la realidad es que no por que muchos se equivoquen el error deja de ser tal.

Y la memoria digital ahí se queda.

¿Debería borrar todo comentario sobre aquellas? Al fin y al cabo, eso es como borrar el pasado de la red, ¿no? No lo haré, porque de puertas de mi mente para dentro, eso seguiría ahí y lo que soy ahora no soy el que escribió esas líneas: tengo derecho al error, y borrar pasados no implica evolución, sino cobardía para afrontar lo ocurrido. ¿Esos pensamientos de ignorante van a tener más efecto que dejarme del ignorante que en aquel momento fui? ¿Alguien va a cambiar su opinión sobre la situación por lo que dijo el Osgonso de hace tres semanas? Ni en broma, y por ello quiero que ese que fui pero ya no soy persista, para recordarme no solo que crezco y cambio y admito mis faltas, sino que la gente somos lo que somos en cada momento y no por siempre, por mucha memoria digital que haya.

Con eso me gustaría cerrar: con la idea de que las personas no somos para siempre lo que decimos en determinado momento de nuestras vidas. Con que la gente crecemos, cambiamos y debemos de ser juzgados por lo que hicimos mal según lo que mantenemos de aquellas y no lo que ha cambiado de nosotros. Yo no defiendo idénticos valores y pensamiento con diez años, con veinte y con treinta, ya que ni la sociedad es la misma, ni por supuesto yo lo soy: qué poco crecimiento como persona tendría.

Es por eso que creo que la maldita hemeroteca de internet debería ser siempre tomada en consideración con la época y momento en que las situaciones ocurrieron. La realidad siempre pertenece a un contexto y sin él no es realidad. Solo un relato mal contado, como una Edad Media con luz artificial y teléfonos.

Internet y lo digital nos han dado el recuerdo, la memoria, y los han vuelto eternos. Si no somos capaces de hacer que el perdón sobreviva, acabaremos dejando de opinar y enriquecer a otros por el miedo a equivocarnos. No entonces, por supuesto, sino con el tiempo.

Ese que todo lo cambia. El gran genio en lo de convertir lo blanco en negro.

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¿Eres de los que juzgan a las personas por lo que hayan dicho con independencia del momento? ¿Crees que el perdón ha pasado a mejor vida y nombrarías al rencor como presidente del gobierno mundial? ¿Has defendido palabras en las que ya no crees por haberlas dicho en algún momento?

No dudes en dar me gusta, compartir y opinar tanto en comentarios como en redes: es lo que nos queda sin cafeterías y paseos de domingo. Recuerda mencionarme como @osgonso, siempre me da una alegría saber que hay gente más allá de las visualizaciones. Y, por supuesto, mucho ánimo en esta época tan dura, gracias por invertir un poco de tu tiempo leyéndome ^^