La violencia de género tras las «cosas que pasan»

La semana pasada dedicábamos parte del post a la denuncia de cómo la gente tiende a culpabilizar a los legisladores de los problemas de falta de ética en lugar de arremeter contra las actitudes de los propios delincuentes al tenerlos delante en su vida cotidiana.

Hoy, enfocaremos este punto a una de sus versiones más sensibles para el público general en la actualidad: la violencia de género.

Excusas de entrevistado

Juana oye a sus vecinos, una pareja joven, discutir a gritos sobre su cabeza. La conversación tiene un claro componente violento, verbal e incluso físico, con amenazas mutuas, golpes y demás. “Estos de arriba siempre están igual”, piensa.

A la mañana siguiente, Juana está ante el micro de tres o cuatro televisiones nacionales y locales, declarando que “se veía venir”.

Vamos a ver, doña Juana, ¿se puede saber por qué narices oye una discusión resultante en homicidio y no llama a la policía?

Las causas que se argumentan para no hacerlo, en la mayor parte de casos, suelen ser dos: el “bueno, no pensé que fuese para tanto” y el simpsoniano “¿Es que no puede hacerlo otro?”, a las que hay que sumar el por vergüenza no tan recurrido “No tengo por qué meterme en la vida privada de los demás”.

El caso es que en 2015, en España, tenemos 57 muertes por violencia de género, que se suman a las 54 de 2014 y las 52 del año anterior (más las de los propios agresores que optan por matarse, que a pocos importan, pero ahí están). Ya ni hablamos de países con más tradición en este tipo de crímenes. Puede que estas cifras así puestas —a algunos— no le suenen a nada, pero que nadie olvide que esos números son en realidad personas con una familia, padres, amigos y gente que los quiere y se queda sin ellos. Hijos que crecen sin padres, nietos sin abuelos, hermanos sin hermanos.

Pero claro, a Juana le pareció que no era para tanto, aun cuando tenía el fonendoscopio bien pegado al techo para no perderse detalle. Que la culpa era de “no colgar a esta gentuza en la plaza del pueblo”.

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¿Cuántas veces hemos visto esta imagen? ¿Cuántas más hace falta verla?

¿Se hace algo?

Al parecer, para muchos “son los Gobiernos y los jueces, que no hacen nada”. Sin embargo, tirando de datos, vemos que solo en el país ibérico más de 50.000 mujeres están monitorizadas por la Policía, 16.000 de ellas bajo protección policial, con unas partidas (en época de crisis) en torno a los 25 millones de euros, 30 en 2010. La línea telefónica especializada, gratuita y que no deja rastro telefónico en la factura, el 016, se ha puesto ni hace 10 años (2007), con uso creciente; las campañas antimaltrato se han reciclado en algunos casos, pero a nadie honesto escapa que son bastante comunes.

Y, sin embargo, la cifra sigue ahí, prácticamente estable sobre las 55 muertes, cifra basada en un par de datos bastante perturbadores. Tres de cada cuatro asesinadas no habían puesto una denuncia contra su agresor aun cuando en gran parte de los casos se han constatado indicadores previos de que podía ocurrir. Además, buena parte de las muertes de denunciantes son por la retirada previa de la denuncia por parte de la agredida.

¿Realmente estamos ante una lacra sobre la que los poderes públicos tienen poder real?

Puede que lo tengan en algunos casos, pero parece hipócrita negar que —en términos generales— este cáncer social se frena con mucha mayor eficacia desde abajo.

Cosas que pasan

Permítaseme la polisemia en este título y la redundancia en la explicación, porque entre las principales cosas que pasan para que estas cosas pasen está, precisamente, el que los antecedentes de un homicidio doméstico se tomen por la expresión en el encabezado.

Lo subjetivo de las causas que denotan peligro para una vida supone seguramente la mayor parte del problema de cara a los que se encuentran ante él en la vida diaria. Como es obvio, existen personas más vehementes, maleducadas o temperamentales que en una exhibición en ningún caso justificada pueden exhibir unos comportamientos puntuales a la postre inofensivos para la integridad de la otra persona, mientras que habrá quienes sin previa demostración de violencia acaben maltratando a su pareja o acabando con su vida.

Si bien para mí no son tolerables este tipo de comportamientos por parte de alguien con quien conviva, tratando de abrir mi mente a la libertad de elección de compañeros por parte de los demás, entiendo que haya casos en los que haya gente que pueda aguantar a este tipo de personas, pero a mi ver —y dado que se presume que estás habituado al trato con ellas— hay que saber diferenciar cuándo es un acto individual y autoinfligido por frustración y similar y cuándo estamos ante un caso de violencia o de peligro real para tu persona. Si no se sabe diferenciarlo, directamente lo que hay es que hacer es tomar algún tipo de medida.

Y es que precisamente, una importante cantidad de los casos nos dicen que la víctima no se da o no quiere darse cuenta de que está contemplando actos delictivos o de violencia contra su persona. Y esto no va solo por los hematomas no reconocidos o justificados con excusas baratas.

Esto va también por el sobrecontrol de la otra persona. Por el que tu pareja quiera saber dónde estás en cada momento. Con quién te juntas. Con quién hablas por WhatsApp.

Y no solo parejas. Esto va también por el que tu ex te acose. Porque te llene el móvil de llamadas perdidas. Porque se te aparezca constantemente cuando tú le has dicho seriamente y con seriedad que no quieres verlo. Porque cuando le dices que se largue, no se vaya; porque cuando te vayas tú sin tener por qué hacerlo, te siga.

Eso no son “cosas que pasan”.

Eso es acoso.

Y cuando dejamos a esta gente hacer lo que se les sale, llegamos al cincuenta y pico y decimos “lo que había que hacer era colgarlos en la plaza”. Con suerte, aún tendremos voz para decirlo, la muerta no lo va a poder hacer.

Esa podrías ser tú, un día en el que se le fue de las manos, “pobre, cómo íbamos a denunciarlo, no quería darle problemas”. Con “suerte” para ti, quizás solo sea una conocida, y el que la gente pide que sea ahorcado, tu ex.

Uno de esos que parecía un santo, sin denuncia previa de haber hecho algo contra una mujer en su vida.

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Un mensaje a los terceros

Me gustaría acabar con un mensaje para los otros, para los que la mayor parte de afectados por la violencia de género seremos, esos que en algún momento de nuestra vida somos, fuimos o vamos a ser testigos de una situación de violencia de género en la que tal vez no seamos protagonistas, por ser solo amigos, vecinos o similares de quien la sufre.

No somos piedras.

No somos estatuas.

Tenemos boca. Tenemos teléfonos. Tenemos cerebro para hacer algo.

Hagámoslo.

Puede que muchos os creáis inocentes de toda esa sangre derramada o bajo la piel morada, pero cada vez que vemos y oímos algo y no hacemos nada, somos cómplices de miserables.

No nos quedemos callados. No miremos para otra parte. No echemos la culpa a quien no la tiene ni le digamos a los micrófonos que nunca te lo hubieses imaginado, ni mucho menos que se veía venir.

Toda esta basura social se ataca desde abajo, y solo si desde abajo hacemos algo el cincuenta podrá ser un cuarenta, un treinta, un veinte y un seguir soñando con hacerlo aún más pequeño.

No seamos cómplices.

Seamos héroes aunque solo sea por poder al espejo mirarnos.

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Como siempre, no dudéis en dar vuestra opinión sobre el tema en la maravillosa caja de comentarios de debajo o en el resto de redes sociales (Facebook, Twitter) que para algo están.

Pero que no nos quedemos solo en palabras.