Si algo tengo claro a lo largo de los años como lector, es que la lectura y conceptos como la empatía y la apertura mental tienen una relación nítida.
Alguna vez, tiempo atrás, me he encontrado con estudios sobre el tema (supongo que el de Comer Kidd y Castaño); sin embargo, mi propia experiencia es la que más me hace estar seguro de ello, y ya sabéis (insertar hiperenlace). Obviamente, no digo que quien no lea no pueda ser empático o tener una mente abierta: sería una idiotez. A lo que me refiero es que leer ficción es un mecanismo muy bueno para abrir la mente.
Diría que las noticias afectan poco, lo audiovisual algo, los documentales más y los libros de ficción del todo. Pero, ¿por qué funciona mejor? La ventaja es, sin duda, lo dentro que estemos de la mente de esa persona.
Las noticias, como sabemos, despersonalizan muchísimo: se habla de muertos en carretera; de asesinados y asesinos con nombres y apellidos, pero sin escucharlos nunca, ni conocer su vida, más que por paparazzis persecutores o tertulianos sin educación. Más que sensibilizarla, a la mitad de la gente la desensibiliza por su cantidad y parecido.
En cuanto a lo audiovisual, alguno se rebotará y dirá que es lo mismo que la lectura para sentirse mejor, cuando la diferencia es clara. En lo audiovisual, tenemos a la gente viviendo cosas, pero no tan habitualmente a la gente pensando —series como The End of the Fucking World o Fleabag generan su ventaja precisamente en ese gusto por mostrarnos el pensamiento incluso en medio de los diálogos—.
Los documentales nos permiten acercarnos muy bien y ver realidades, pero suelen tener el problema del montaje o la dilación en el tiempo: no vivimos la realidad pura, no vemos (solo faltaba) los grandes hitos en la vida de esas personas o animales que se nos presentan: solo entrevistas, grabaciones o ítems buscados.
La clave está en la literatura de ficción porque ahí estamos dentro. No solo vemos cómo la gente vive hitos de su vida, sino que es el único medio en que (habitualmente) se nos refleja con altísima fidelidad lo que siente el personaje, hasta el punto de que lo interiorizamos como comportamiento nuestro.
Especialmente vívido en las narraciones en primera persona, no solo podemos sentir que estamos dentro de ese personaje, sino que la suspensión de incredulidad nos lo llega a hacer sentir nuestro sentimiento propio, aunque quizás de un modo paralelo. La construcción mental del personaje suele ser mucho más profunda, ya que hay mucho más espacio para ello, mucha más descripción interna y profundización, así como elementos —solo hay que pensar en cómo se reducen las cosas al pasar los libros a película o serie, por largas que sean—. Además, en los momentos clave de lo audiovisual tenemos actos y diálogos, cuando en el de los libros solemos encontrarnos con esto, más la toma de decisiones interna.
El libro nos lleva a entender no solo por qué alguien puede actuar de cierta manera —como puede hacerlo una película o serie—, sino a seguir la línea de razonamiento e —importante— sentimiento que la persona sigue. De forma muy profundizada. Ver a alguien es una cosa, pero sentirlo propio es otra, mecanismo que muy pocas cintas pueden trasmitir a nivel parecido y mediante recursos muy específicos (se me vienen REC y Oso Blanco, por ejemplo).
Más allá de las frases de toda la vida —que quien no lee solo vive una vida y quien lee vive muchas y demás—, hay de nuevo estudios que reflejan la suspensión de incredulidad de la lectura como un mecanismo en el que los actos se interiorizan como vividos por uno mismo de algún modo.
Con todos estos elementos, no es difícil entender por qué es tan usable la lectura como mecanismo para la apertura mental y la empatía: al reconocer en alguna gente comportamientos como los que hemos vivido en alguna lectura, nos es mucho más fácil seguir la línea no de pensamiento, sino de sentimiento que ha seguido una persona en determinada situación. Y eso cambia mucho a que solo sea lo primero, ya que no es lo mismo decir «esto lo hizo por esto, por esto y por esto» que decir «se sintió así y por eso hizo esto, esto y esto».
El sentimiento y la emoción son algo importante para la naturaleza humana, por mucho que hayamos reducido nuestra concepción de las personas a los actos, muchas veces, contados por otras diferentes.
Un último apunte para pensar
Me gustaría terminar con una breve reflexión acerca de cómo afectará en el futuro la tendencia en consumo de ficción (y no ficción). No tanto por ser como causa, sino como síntoma.
Está claro que los libros viven una decadencia dolorosa tanto para los amantes de la literatura como yo, como para este tipo de ventajas asociadas a ellos que se vendrán abajo. Nuevos mecanismos de empatía han surgido, como el que la gente nos cuente su vida y pensamientos por redes, pero —como todos sabemos— muchos de estos se ven muy sesgados por la opinión de sus lectores y espectadores, restándole eficacia.
No queriendo cegarme y considerar la lectura como clave en nuestro pasado reciente —venga ya—, sí que creo interesante ver qué nuevas generaciones de gente culta —antaño asociada al leer y estudiar mucho— llegarán una vez la lectura deje seguramente su trono al audiovisual. Muchos intelectuales clásicos se caracterizan entre otras muchas cosas por un gusto por el sentimiento humano tan grande como aquel por el comportamiento; ¿dejarán los nuevos esta tendencia para centrarse solo en los actos?
A mi ver, el sentimiento es muy importante para el ser humano y no debemos relegarlo al nuestro propio. El desconocimiento de cómo se puede sentir de diferentes maneras nos llevaría a una desconexión con el resto de personas y a una incompetencia social preocupante. ¿Es la dificultad para interaccionar en persona en los nuevos tiempos una de las primeras muestras del nuevo orden? ¿El tener que escudarse en un teclado y una pantalla, un emblema de la falta de empatía? ¿La extensión del clima de censura y linchamiento una muestra de incapacidad sentimental?
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