Destino de creación

Hoy os traigo un post extraño por varias razones.

En primer lugar, porque llega sin razón aparente. Llevo tiempo sin subir nada, por estar aprovechando el tiempo libre que ofrece la época del COVID para escribir novela. He tenido el placer de revisar y completar la más antigua que tengo, diez años después de haberla escrito, así como de haber empezado su merecida precuela, en la que ahora estoy envuelto.

Creo que las sensaciones del corona nos invitan a estar más envueltos en nosotros en lo mental, a rebuscar dentro y encontrar viejas glorias de nuestra mente; en ello me he perdido este tiempo. He ahí otra razón por la que es extraño el post, ya que este va a ir dedicado a una parte profunda de mí, del sentido que mi vida ha tenido durante todos estos años y del miedo a lo que el futuro me traiga.

Es un texto muy personal, que espero os aporte como vivencia curiosa e inquietante más que como realidad, así como que a mí me sirva de boya una vez el olvido todo lo inunde.

La creación de realidad

No son pocas las ocasiones en que me encuentro con una pregunta muy típica en nuestra sociedad cuando de conceptos trascendentales y existenciales se habla: ¿qué sentido tiene tu vida?

Yo no soy ni mucho menos un gurú instructor: siempre he sido de la idea de que la libertad en las creencias de este tipo, el derecho a cambiar de ellas a lo largo de la vida y la falta de presiones a la hora de saberlo o elegirlo son básicas para una persona sana. En mi caso, mi cabeza lo tiene clarísimo: mi sentido en este mundo es creación de realidad.

Muchos creen que la creación de realidad hace referencia a la creación de no ficción. Yo diría que eso es de una especificidad máxima: vivir es, en sí, crear realidad.

Las historias son realidad creada, sí, pero ni mucho menos la única. Las experiencias son realidad creada. La deformación de recuerdos es realidad creada. El arte en general, por supuesto, es realidad creada. Lo mismo que los sueños, aunque se olviden nada más despertar. Al igual que los futuros imaginados, pese a que pueda que nunca acaben llegando.

En la parte posterior de mi cabeza —como una conciencia educada y con cierta ilusión— están siempre esas ganas de crear realidad casi que como modo de vida. Y claro que, como el párrafo anterior muestra, yo siento que no es necesario buscarlo para hacerlo. Que en la monotonía o la repetición se crea de igual modo. Sin embargo, mi ser se enriquece cuando la creación es de algo nuevo.

Es por eso que adoro dos partes de mi ser que han tenido presencia durante toda mi existencia. Una son las historias. Y la otra son los sueños.

Las historias como creación de realidad

En el pasado, odiaba la no ficción. Por el hecho de que repetir algo ya vivido me era tiempo perdido para crear nuevos mundos. A día de hoy, y como intuiréis por lo de arriba, he llegado a la conclusión de que lo que el relato deforma la realidad es suficiente como para que la creada con las obras históricas sea nueva, diferente y nunca repetida. Sin embargo, yo es que adoro la nueva producción.

Habré escrito unos doscientos o trescientos relatos a lo largo de mi trayectoria, entre cortos, micro y novela. Pese a mi amor por la intriga y lo inquietante, los hay de todos los colores, desde la crítica social al terror gótico, de la comedia costumbrista a la tragedia romántica. Encontrar un hilo con el que publicar una colección es una labor desagradecida, más allá de los relatos clásicos en torno a la ciudad eje de mi obra.

Hay quien me mira mal en este aspecto. Quien dice «¿a qué editorial vas tú, cuando saben que la mitad de lo que escribes va por un camino totalmente diferente al de la obra que presentas?». Y yo pienso: «No hago esto por publicar: lo hago por escribir, por seguir creando realidad a través de las historias

Que publique, venda o gane algo con ello solo tiene como objetivo el que pueda tener más tiempo para crear más y más. Si algún día llega, estaré preparado y seré todo lo reputado que mi nivel me permita frente a las necesidades de ser un influencer para poder vivir un mínimo de ello. A día de hoy no lo soy, ni creo que lo vaya a ser mientras mi interés en las redes sociales sea el de entretenerme y mis interacciones en ellas se reduzcan a aquellas con mis amigos de menos de mil seguidores, pero que me hacen vivir más de diez mil buenos momentos cada año. Quizás algún día pueda compaginar ambos grupos, pero ese será otro Osgonso. De momento, vivo siendo este que tan feliz me hace, por poder siendo él crear y crear historias, en el papel, en el coche, paseando por la ciudad o sentado en el sofá.

Así como sobre la almohada.

Los sueños como creación de realidad

Tal y como lo es escribir, soñar es de las cosas que más feliz me hacen en esta vida. Me siento un auténtico afortunado en este aspecto.

Creo que los sueños son una de las mayores muestras de creatividad del ser humano. Durante mucho tiempo, se me ha dicho que conforme vas creciendo sueñas menos, pero creo que eso se debe precisamente al abandonar el lado soñador de la vida: a caer en el hastío de lo tangible y lo obligado, dejando atrás el que la mente se invente sus propias estupideces. Quizás por ser tan estúpido como soy en tantas cosas, no dejo de soñar por mucho que crezca. Y sueño cosas geniales.

Uno de los límites que, para mí, presenta el escribir en cuanto a creación de realidad es la coherencia. La realidad es concebida habitualmente como un puzle de hechos objetivos, cuando el hecho de que existan la imaginación, la subjetividad y demás es una verdadera grieta entre las piezas. Yo adoro caerme entre esos estrechos espacios, y si bien los relatos me permiten jugar con circunstancias que escapan a la realidad común humana, siempre me veo presa de un realismo interno voraz, que me obliga a no salirme de ciertos límites, en los que yo (lo reconozco) no me quejo por estar confinado. Sin embargo, ¡ay, los sueños!

Los sueños son una auténtica maravilla para mi manera de sentir la vida como creación de realidad. Permiten vivir cosas que no se pueden explicar en palabras. Pero no cosas que son emociones, como el amor y demás familia, sino hechos. Soñando, ocurren realidades que no son encajables en término de relato coherente. Y, recordemos, es comúnmente aceptado que la realidad es lo que se puede transcribir en palabras.

¿Entonces qué son esos sueños en los que despiertas contento por lo ocurrido, teniendo claro lo que ha pasado y has sentido, pero te ves incapaz de relatar, no por olvido, sino por imposibilidad de encajar en frases? Pues el ir más allá de lo real establecido. Es decir, la creación de nueva realidad.

¿Cómo no voy a amar soñar? ¿Cómo no voy a amarlo tanto? ¿Cómo no voy a sentirme vivo cuando me dejo resbalar una y otra vez sobre la locura necesaria para caer rendido al sueño, a ese pensamiento que se diluye y se vuelve incoherente para que podamos perder la consciencia?

¿Cómo, a pesar del miedo que me transmita saber a dónde me puede llevar ello?

Os dije que el post era extraño por varias razones. No todas iban a estar en la introducción.

La demencia como creación de realidad

Tengo mucho miedo al Alzheimer. Muchísimo. Por mi casa ha pasado una persona con él y ha devastado a mi familia en su momento.

Me ha hecho amar la posibilidad del suicidio previo. Me ha hecho abogar por la eutanasia previamente pactada con todo mi ser. Y lo veo tanto mi destino que me muero de miedo de pensarlo.

Me da pavor las sensaciones que transmite en cuanto a todo lo que he explicado en los dos anteriores puntos. La sensación de que ese olvido constante en plena vida, de que ese maldito divagar inquebrantable y creador de incoherencias se asemeja demasiado al de antes de mi sueño, y de mis historias. Y me aterra que así sea.

No quiero acabar en ello. Me da pavor —como cualquier tipo de locura o demencia— por el monstruo que es. Y he ahí que encuentro algo inquietante según mi visión del mundo previa: la sensación de que hay algo que une el crear realidad a través de las historias y los sueños con esa enfermedad malvada.

La juventud construimos las historias. Vivimos más o menos intensamente y creamos con más y menos fuerza nuestros destinos. Una vez nos faltan las fuerzas para hacer mucho, las contamos, vueltos ancianos que se pierden en las batallitas, repitiéndolas más y más sin recordar haberlo hecho apenas tiempo antes. Y, finalmente, están estas personas, que día a día ven cosas que no son, imaginan sin detenerse y, cómo no, vuelan de la coherencia. La dejan atrás sin necesidad de sueño, perdidos y desconectados de aquellos que los acompañan. Y, obviamente, crean.

Para el olvido, supongo. Para quién sabe dónde. Pero en los términos que arriba he expuesto, tienen que crear.

Destino de creación

No soy muy de destinos, no al menos de los que no se pueden trabajar, y es por eso que —aunque la vida me llame a hacerlo— me negaré a ir hacia ese mar oscuro que tan bien encaja con el sentido que para mí tiene mi vida.

Es por ello que no pienso dejar de crear. No dejaré de hacerlo para evitar que pueda llevarme a sus brazos y forzarme a ello cuando ya no pueda hacerlo a ese nivel de otro modo. Pienso escribir mucho. Pienso soñar un montón. Y pienso seguir creando pequeñas realidades, repetidas, caídas, recordadas y vividas, una y otra vez, todo el tiempo que pueda.

Al fin y al cabo, para eso vivo. Para eso soy. Con o sin destino de creación.

Perdona si te llamo amor (como a todo lo demás)

Siempre he creído en la idea de que el lenguaje construye, amplía y reduce realidad. Eso para lo que son típico ejemplo esos pueblos helados que le han dado nombre a una extensa variedad de tipos de blanco o nieves (según la historia) capacitándolos para una diferenciación clara entre diferentes condiciones para nosotros iguales.

Se supone que las sociedades van evolucionando su lenguaje según las circunstancias de su realidad. Así como que, a más cultura, más variedad de vocabulario y capacidad de definición de fenómenos.

Sin embargo, la sociedad no solo avanza en la diferenciación de términos, sino que en muchos casos pasa a reducir o hacer desaparecer realidades por puro desuso o comodidad.

Como es obvio, en ciertas situaciones esto tiene sentido: de poco le vale a un contable barcelonés la diferencia entre un pilum y una lanza si no tiene aficiones relacionadas. No obstante, curiosidades como la que me encontraba el otro día en la conocida cuenta Pictoline no hacen menos que llamarme la atención:

pictoline amor

Fuente: Twitter de Pictoline

Seré sincero: en su momento ni siquiera llegué a leérmela entera. Mi mente ya estaba con la cabeza en el «¡La leche! ¡Pero cómo no se ha aprovechado esto para las nuevas lenguas!». Viendo las definiciones, creo que todos identificamos con bastante claridad a qué se refiere cada término; sin embargo, todo lo enmarcamos en una palabra tan generalista y subjetiva como lo es amor y nos peleamos por la clasificación de cuál es el mejor, el verdadero, el más poderoso y demás familia.

¿Realmente hablamos de la misma realidad cuando tratamos de comparar aquel por una pareja con uno por una afición? Cuesta creerlo. Y sí: sé que alguno estará pensando en el valor de la polisemia en estos casos; que si hubiese palabras para todo, mal iríamos. Lo que yo encuentro es que si hemos conservado sinónimos totales para palabras como alfabeto (abecedario) o danza (baile), bien podríamos haber dejado espacio en el idioma a palabras que de verdad aportan algo y que vienen de idiomas del que hemos sacado el propio material, como la ya citada palabra alfabeto.

No es que el amor sea el único término con el que podamos trabajar el que esto suceda: lo que ocurre es que es de manual. Extraído directamente del WordReference tenemos los siguientes sinónimos de amor (o palabras por el estilo, más bien): cariño, afecto, apego, ternura, pasión, adoración, afición, predilección, querer. Si se piensa, todos son subjetivos y ninguna combinación de ellos nos ayuda mucho en el intento de dar forma al amor de una madre frente al amor por nuestro novio.

Mientras tanto, la web de Leroy Merlin nos ofrece hasta 10 tipos de diferentes productos dentro en su subsección Casquillos:

Casquillos Leroy Merlin

No me entendáis mal: todo mi apoyo a la diferenciación terminológica entre una caja estanca y una portalámpara. Lo que trato de hallar es por qué, si para lo técnico hemos sido capaces de evolucionar a nivel tal como para diferenciar casquillos, se ha dado en denominar con la misma palabra clave el amor platónico, el amor de pareja, el amor de madre, el amor por los animales o el amor por la bandera de un país.

Si el desprecio y el asco tienen sus propias palabras para reconocerse, ¿por qué dos verdades tan distintas como pueden ser el amor imposible o el amor por los colores de tu equipo no son capaces de diferenciarse más que por los complementos en la época en la que el salir a correr cambia de footing, a jogging y a running cada tres años?

Yo sé que no es fácil hallar término nuevo para cada uno y generalizarlo. Sé que platofilia o equipofilia no son los palabros más hermosos de este mundo. Que la filifilia no representa que el amor de tu madre por ti es lo más grande. Pero sí deberíamos pensar en que, en ciertos campos, hay un daño, ya que —aunque la mayoría tengamos muy claras las diferencias— tal y como vale para crear, destruir o alterar realidad, el lenguaje también sirve para generar ciertos comportamientos en las mentes que conectan inconscientemente esos términos.

Es mucho más fácil sentir apego por un entretenimiento cuando te convencen de que sientes amor por él. Es mucho más fácil comer hamburguesas cuando you’re loving it. O que te vuelvas loco por comprar entradas para un cantante cuando «lo amas».

No creo que cada uno de estos ejemplos sea el más adecuado, pero sí capto el puente hacia lo que la parte de atrás de mi cabeza me deja entrever. Es mucho más fácil explicar que adores a un dios si te dicen que debes sentir por él lo mismo que por tus padres y la gente que quieres. Es fácil hacer que no puedas entender correalidades como un amor platónico, uno físico y otro de compañero de vida si encierras bajo el mismo término los tres y te dicen que solo puedes tener uno.

¿Veis por dónde voy?

Podemos tener mil términos para lo específico, pero que ya no existan palabras específicas para realidades claramente distintas y de componente universal es, cuanto menos, llamativo.

________________________________________

¿Se te ocurre alguna palabra cuya falta de sinónimos o variedad de uso no te deja dormir? ¿Estás harto de verte en un brete cuando te preguntan si quieres más a tu marido o a tu equipo de fútbol? Comparte, comenta y, cómo no, mencióname con el @osgonso si lo haces, que siempre es bonito.

Ignorante

Creo que ha llegado el momento de ser sincero. O al menos —ya que sincero he intentado serlo siempre— de mostrar una pizca del agujero que en realidad llevan las entradas de este blog. Estáis ante un ignorante.

Durante todos estos años, me he esforzado en transmitir algo de lo que llevo dentro. Mucha gente ha confiado en mis palabras; mucha, me ha hecho llegar buenas apreciaciones con respecto a mi trabajo en estas páginas digitales; mucha (porque con que hubiese sido una persona sería ya mucha gente) me ha dado las gracias por haber escrito algo que le ha ayudado en determinado momento. Me hace muy feliz haber vivido cada una de estas pequeñas situaciones. Alguna especialmente la recordaré durante muchos años.

Sin embargo, hoy me gustaría decir a aquellos que confiaron en mí en algún momento, que no se dejen llevar al engaño de creer que lo que digo se graba en piedra, porque lo que ante vosotros tenéis delante no es otra cosa sino un perfecto ignorante.

A lo largo del tiempo aquí, he hablado de temas en los que no me he formado en ninguna clase certificada. He teorizado sobre realidades sin tener un corpus académico que avale mis apreciaciones. He comentado situaciones sin leerme antes amplia bibliografía del tema y he hecho sentir a quien confió en mi palabra que ciertas percepciones son poco menos que verdad absoluta, cuando en realidad no soy más que un chico en una habitación, abriendo su mente corta de omnisciencia a un público al que no veo la cara. Un ignorante.

Alguien que normalmente prefiere emocionarse con una novela de ficción a leerse un tratado de economía primermundista. Alguien que elige irse a dar un paseo por su ciudad a solas a ver la serie que por cultura general debería conocer de cabo a rabo. Alguien que se sienta en el sofá junto a sus padres o escucha a amigos y colegas por las noches en lugar de informarse de las cosas de las que al día siguiente va a hablar en el blog con su nombre. Transmitiendo su ignorancia a todos los que —al día, a la semana siguiente, cuando quiera que lean ese post perdido entre la maraña de internet— confían en su palabra.

Es por eso que hoy quiero no pedir perdón a todas aquellas personas que en algún momento habéis creído en mí y lo que aquí os he dicho, sino reconocer ante vosotros una verdad que tal vez un día di por hecha que sabíais y desde entonces ya siempre olvidé recordar aquí: soy un ignorante.

Y sí, a veces me esfuerzo por crecer. Sí, a veces, tal vez suena la flauta y resulto dar en el clavo con mi maza de falta de verdad del tamaño del Empire State. Sí que es verdad que soy alguien que a menudo encuentra gente que sabe más que él e intenta aprender un poco porque es un ignorante. Sí que soy una persona que escucha la opinión distinta, sí alguien que quiere ser mejor alguien.

Pero, ay: quien lee esto tiene que saber que soy un ignorante.

Cuando queráis o quieras verdades, vete a una biblioteca técnica. Léete tesis doctorales. Busca datos recopilados por organismos oficiales. Haz másters, cítate con condecorados estudiosos del tema.

Aquí no vas a encontrar verdades absolutas. Seguramente, nunca incluya un listado de bibliografía ni unos resultados de investigación en mil personas. Mi experiencia no es ley: todo lo que he vivido no es más que una individualidad que para nada debe ser extrapolable a algo más que entretenerse o sacar una sonrisa momentánea. No, no me hagas caso si digo algo, porque no soy nadie para que se me haga caso: soy solo una persona, en un mundo muy grande en que la verdad la hacen las masas, no los individuos que podemos tener corazón, sentimientos, experiencias, vidas y sueños, pero al parecer no verdad.

No creas en mí nunca, porque mi ignorancia te hará peor y acabarás como yo, ignorante.

Eso sí, que sepas que estaré aquí. Y que, si en mi mano está, seguiré intentando que mi vida no muera, que mis experiencias no se pierdan, que lo que soy se quede un poquito más aunque sea por puro egoísmo y ganas de emocionar.

Puede que yo nunca tenga la verdad, pero sí tengo emoción.

Y yo creo que la emoción es algo que no se puede robar. Ya sabes: soy un ignorante.