Los contracorrientistas ante el desequilibrio de la balanza física y mental

He pasado la mayor parte de la otra semana al lado de mi antiguo mejor amigo. Hacía como 7 años que no nos veíamos, ni hablábamos —ya dedicaré un post a esto si son necesarias las pruebas de que se puede hacer sin que pase nada—.

Este hombre es un pensador de nueva era. Un tipo bien formado e informado, estudiante de dos carreras y fanático del hacer crecer su mente y conocimientos a base de horas y horas de pantalla de ordenador con literatura y noticias sobre temas que le permitan comprender el funcionamiento de la sociedad, como pueden ser historia, naturaleza humana, política, economía o demografía. Un “cerebrito”, vamos.

A nadie con cierta trayectoria como usuario en esta página extrañará que la mayor parte de los cuatro días que estuvimos juntos nos los hayamos pasado “arreglando el mundo con palabras”. Pero estoy convencido de que la práctica totalidad de los que solo me conocéis por aquí os sorprenderéis al descubrir que, el resto del tiempo, los dos cerebritos nos lo hemos pasado saltando piedras.

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Agradecer las fotos y su estancia a la genial Elo 😉

Adoro saltar piedras. Le tengo devoción. Acabar en medio de la nada subiéndome por riscos y rocas irregulares hasta llegar arriba, jugar con mi concepto de los límites de mi capacidad física y equilibrio y saber que un fallo me deja en el leñazo. Como yendo en bici a todo pedal por pistas estrechas y barrosas, sin casco ni miedos; como jugando pachangas horas y horas con solo mínimos descansos.

Este chaval también adora saltar piedras. Juntos, hemos crecido saltando piedras. Subidos a una bicicleta. Jugando al pilla montados en ella. Entrando con diez años en casas en construcción, descolgándonos a la oscuridad y escondiéndonos tras montañas de la arena extraída cuando alguien se acercaba.

Somos físicos. Siempre hemos sido personas con una enorme sed de conocimiento, pero también física.

Sin embargo —y siendo algo que me apasiona—, ¿cada cuánto practico el tipo de “deporte” que me llena? ¿Cada cuánto escalo muros? ¿Cada cuánto me paso la tarde entera jugando al fútbol? ¿Cada cuánto me meto mis quince kilómetros en mi pesada cutrebici para gente que no considera asumible gastarse 899 euros en una? Dos, tres veces… ¿cuatro al año?

¿Cada cuánto puede mi querido antiguo mejor amigo hacer esto con sus colegas?

¿Cada nunca?

El jardín de las delicias sustituyendo a la gente por nuestros amigos con alta capacidad de conversación y amantes de jugar con los límites de su físico

A veces me quedo pensando en por qué narices es tan complicado encontrar gente que combine la inquietud mental, las conversaciones que van más allá del cotilleo, la búsqueda de ser más sabios, con el despliegue físico natural.

Y no, que sé que algunos lo estáis pensando: no hablo de ratas que cambian las paredes de la biblioteca por las de un gimnasio para satisfacer su ego y su buena salud; ni de deportistas con labia, carisma y conversación extraordinaria que si tocan un libro es un best-seller de nula calidad literaria.

Hablo de gente que sea, sin forzarse, física y pensadora.

¿Por qué tanto como yo como mi amigo tenemos que esperar a encontrarnos, una vez al lustro, para pasarnos dos tardes físicas seguidas tras las cuales charlar sobre naturaleza humana hasta las tantas?

Pues seguramente, porque nuestra sociedad sufre una radicalización de los extremos de la balanza física y mental.

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(Rara avis)

Imaginemos el clásico río cuyo cauce se divide en dos. Muchos veremos a Homer mirando a un lado una estampa paradisíaca y a otro un panorama desolador para la barca; en este ejemplo, sin embargo, nos quedaremos con que los dos son los extremos de la balanza arriba, sin más adjetivos.

Desde pequeños, parece como si al decantarse por uno de los dos lados renunciásemos al otro. Cuando yo era un chaval, los niños buenos en el fútbol eran los que acababan repitiendo, mientras que los que sacaban notas no sabían darle a una pelota (en todo un estereotipo). Cuando crecí, la gente con la que yo tenía tema de conversación profundo era físicamente poco atractiva, casi desarreglada y se negaba a venirse a jugar al fútbol o a andar en bici; mientras tanto, con los atractivos y musculados no podías tener una conversación relevante ni de su propio deporte.

De algún modo, la corriente arrastra a la gente a una de las dos cataratas, en la que el lado opuesto se despeña. Con el tiempo, los que se quedan medianamente al centro, pero son obligados a hacer alguna cosa del otro lado, acaban renunciando a lo que los obliga. A los que les va el ordenador y la tele acaban por irse “de terracita” en vez de ir a echar unos tiros; los físicos se entregan al cuñadismo más recalcitrante para no tener que pensar por ellos solos.

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¿Es cuestión de especialización por falta de tiempo?

Cuanto mejor se te da un lado, más te centras en su satisfacción abandonando el otro por la frustración de la no obtención del mismo resultado. La variedad de entretenimiento y la carencia de tiempo de la sociedad de la información son, sin duda, claves en la renuncia al lado físico, así como la excusa de la edad y el suponer mayor esfuerzo, también a la hora de culturizarse, cierto es.

¿Es cuestión de educación?

La educación para el deporte en lo escolar aquí no existe, por mucho que digamos.

No solo hablamos del tremendo desequilibrio entre el número de asignaturas de pensar y las físicas —extraescolares salvo una “Gimnasia” de la que se ha extendido la idea de no deber contar en caso de suspenso que impida avanzar en los estudios; nunca he visto a nadie repetir curso por Educación Física—. Una Educación Física que desaparece en último curso para acabar de completar el desprecio.

Si nos referimos a la educación de fuera de clase, los medios de comunicación de masas nos invitan a ver a los deportistas como ídolos sociales, pero que se forme a las personas para amar el deporte más allá del verlo depende, entre otros, de la oferta de actividades deportivas en la zona, de si esta ofrece espacios y más compañeros para que los niños puedan jugar en la calle y de la iniciativa, el dinero o la disponibilidad de los padres para permitírselo.

Yo crecí en un lugar en el que nos pasábamos los veranos y fines de semana jugando y corriendo fuera de casa, parando solo para comer y sin que nadie hiciese temblar nuestra seguridad. Ahora, dejar al niño ir solo al parque está hasta mal visto.

Quizás por ello se lleven tanto dos perfiles: los niños saturados de extraescolares que sacan buenas notas, hablan idiomas y practican diferentes deportes y aquellos que se pasan las horas libres delante de las pantallas. El agobio al que suelen verse sometidos los primeros contrasta con la realidad de los “educados por el ordenador y la consola”, en el que la formación de una vocación para lo físico muere desde edad temprana. Dos horas de gimnasia a la semana —durante unos cuantos meses al año— no van a salvar nada.

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Así pues y en definitiva, el panorama pinta desolador para aquellos “contracorrientistas” que, ante la fuerza del agua hacia la cascada, permanecemos tratando de remontar ante uno de los cauces. Seguramente, alguna parte de los agobiados por las extraescolares deportivas acaben por llevar dentro una parte de cada lado y salgan a hacer deporte porque “lo necesitan” tras preocuparse por formar su mente. Pero el gran problema es que esa gran parte de sociedad que o no ve bien el agobio a los chavales o no puede permitirse el tiempo o dinero para llevar a sus retoños a sus deportes va a acabar generando una portentosa masa de población cuyo único interés en el deporte va a estar en programas de tertulia futbolística y pruebas a famosos en una isla caribeña.

Si no tratamos de cambiarlo, después no nos quejemos de los datos de obesidad, del elitismo deportivo o del cansancio a la hora de subir la compra del coche a casa. Después no seamos falsos diciendo que no hay que caer en el estereotipo de que los cerebritos tienen que ser unos patanes físicos.

Para entonces, ya habremos hecho de él una realidad uniforme. Junto con la extinción de los que amamos charlar de naturaleza humana mientras nos dirigimos a lo alto de una montaña a sentirnos llenos por un momento.

2 comentarios en “Los contracorrientistas ante el desequilibrio de la balanza física y mental

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